Acabo de chatear con Juan, que me ha ayudado a cambiar el método de pago de los productos que tengo contratados con Apple. Tengo que decir que finalmente nos entendimos y, sí, gracias a su gestión pude arreglar ese problemilla que tenía. Y todo hubiera ido bien si al final de nuestra charla no me hubiera sorprendido con estas palabras:
Genial Rosario ! Se ha logrado. Hoy te ayudé con la información y pasos que logró cambiar el método de pago. ¿Igualmente quiero asegurarme si la información que te he brindado ha sido clara el día de hoy?
Ahí Juan la cagó (con perdón). Porque la cosa había comenzado bien, y aunque tenía algunas dificultades con el idioma y luego nuestra relación se torció un poco cuando me hizo una propuesta que no se ajustaba a mi necesidad —yo pensé, socorro, creo que no vamos a poder entendernos—, el hombre supo rectificar a tiempo cuando se lo hice saber con esa contundencia mía («este no es el problema», le dije, y volví a detallarle lo que me pasaba y lo que necesitaba).
Tengo que decir que no se ofendió. Es más, me anunció que iba a tomarse su tiempo para meditar, lo cual le honra. Porque hay personas con las que tienes una relación cercana, cotidiana, que de pronto, sin mediar palabra, desaparecen, incluso aunque estén a tres metros. Pero mi amigo Juan, al que acababa de conocer, me lo adelantó: voy a pensar un rato en lo que me acabas de contar a ver si ahora puedo hacerte una propuesta acorde a tu necesidad. No te retires, en unos minutos estaré de vuelta. Bueno, no lo dijo exactamente con estas palabras, pero esa era la idea.
Cuando reapareció, resulta que me había solucionado el problema, y eso me dio tal alegría que le di las gracias, y casi le pido su número de teléfono, porque siempre hay que tener un amigo en el soporte técnico para resolver los enigmas de la informática…
Y entonces, cuando todo era fiesta —él me había ayudado, yo había podido resolver lo de la tarjeta—, Juan se columpió con esa pregunta tan poco oportuna. ¿Que si la información fue clara? A veces, una palabra de más arruina los mejores momentos. Y Juan, como Cenicienta, dejó de ser Juan para volver a ser una máquina alojada en algún lugar del mundo, y remató la faena con una encuesta de satisfacción para valorar si la gestión de Juan había sido adecuada.
¡Qué necesidad! ¡Qué manera de estropear una bonita amistad!
(Menos mal que tengo a Manolo Benítez, de carne y hueso, para poner la música a mis palabras. Este Juan sí que es de verdad).
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