Un tiempo diferente

Un tiempo diferente

Día 51. ¿Cómo diferenciar la nueva normalidad de la normalidad de siempre? Pues muy fácil: si estás en tu casa y de pronto te invade un ruido atronador que hace que vibren hasta los vaso de Duralex, y te asomas a la ventana y compruebas que el estruendo musical proviene de un coche aparcado en la esquina, entonces es que la vieja, incívica y estúpida normalidad acaba de regresar.  

Si no fuera por mi estricta educación alemano-inglesa-canaria de Ciudad Jardín, y por el riesgo que corro de protagonizar el informativo de la noche, en mi nueva normalidad lo que me sale de lo más profundo es mandarles a bajar la música. Pero me contengo. O sea, lo de siempre.

Otro ejemplo para diferenciar lo nuevo de lo de toda la vida, que incluiré en mi Diccionario de términos de la nueva era: en la nueva normalidad, los runners (dícese de los corredores) siguen haciendo lo que les da la gana –esto es, avanzar sin piedad y sin mirar ni percatarse de nada ni nadie que no sean ellos-, mientras los viandantes se afanan en esquivarlos. Todo dentro de la vieja normalidad, si no fuera porque ahora tenemos que preocuparnos también por esquivar las posibles emisiones que vengan de su boca, ya que algunos, más que respirar, bufan, y otros tienen fuelle hasta para hablar por teléfono mientras corretean por las calles.

Después de sentir en dos ocasiones el aliento de un corredor en mi nuca e imaginarme las bacterias desfilando hacia mi aparato respiratorio, me planteo varias opciones para esta nueva etapa de mi vida. Una: perfeccionar la técnica del zigzag y pasar la factura del osteópata a Sanidad. Dos: comprarme un radar o un sistema de cámaras que me avise de la presencia de corredores a menos de dos metros (la factura la paso igual). Tres: promover una recogida de firmas para retomar la idea, desechada hace un tiempo, de regular el horario de los runners. Y cuatro: decirles, o más bien gritarles, que guarden la distancia o se pongan una mascarilla, a lo que añadiría cuatro palabras malsonantes, lo que choca una vez más con lo de la educación antes referida, aunque ganas no me faltan.

Conclusión: lo que para unos es normal, para otros puede ser una excepción y hasta una invasión. Así que el término hace un poco de aguas. Y además: para algunos, no hay tiempo de confinamiento que valga para asimilar el concepto y sobre todo la práctica de lo nuevo.

Con permiso de la autoridad, yo me decanto por sustituir esta expresión por otra un poco más poética: “un tiempo diferente”.  Un tiempo en el que cada persona tiene que hacer su parte para que después de tanto esfuerzo, de tanto dolor y de tantas pérdidas, no retornemos a lo de siempre.

(Manolo Benítez nos propone un clásico, uno de esos que siempre funcionan).

 
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