Un poquito de por favor

Un poquito de por favor

Día 62. La primera vez que vi a dos militares haciendo la ronda bajo mi ventana sentí una punzada ahí donde acaba el esternón, ese hueco en el que dicen que habla el miedo. Fue hace dos lejanos meses, ¿te acuerdas?, cuando pareció que el mundo había dejado de latir y asistimos con la respiración contenida al recorte de nuestras libertades. Todo sea por la supervivencia de la especie.

La siguiente vez ya no me sobresalté tanto, ahí estaban los de verde como Pedro por su casa, y hasta empecé a integrar en la cotidianeidad de mi confinamiento las idas y venidas de los camiones, coches patrulla y helicópteros, tan presentes en esos días como los aplausos de las siete. Una actitud, la mía, que preocupó a la niña que fui y que creció en los estertores del franquismo, pero todo sea por el bien común, hasta que la cosa mejore tendremos que seguir viviendo a golpe de decreto.

Ahora, con la desescalada en plena desescalada, cada vez me sorprendo más promulgando en voz baja los artículos que prohíben tal o cual cosa que, en ese mismo instante, está sucediendo más allá de los muros de mi casa. ¿De dónde a cuándo jugar a las palas es deporte individual? Imposible, tanta gente no puede vivir a menos de un kilómetro de la playa. Pero hombre, ¿no te das cuenta de que estás caminando por donde no es, que te vas a chocar conmigo? A ver, ahí hay más de diez y no paran de tocarse.

A veces me da risa escuchar mis pensamientos y otras lo que me da es mucho miedo. Es superior a mí, no puedo evitarlo. Tengo un pepito grillo en mi cabeza, una sargento mayor a la que amordazo a cada rato. Con tanta prohibición, también con el temor a la enfermedad, al contagio, y con la necesidad de una cierta normalidad en la vida y también con la necesidad de cuidar y cuidarme, es complicado estar de acuerdo conmigo misma. Ya ni sé lo que pienso. Ya ni tengo criterio.

Pero me niego a convertirme en una de esas cascarrabias que se pasan la vida mirando por el rabillo del ojo, murmurando con gesto contrariado mientras me corroe la envida porque en el fondo yo también me echaría un baño. Y me niego a hacer de lo extraordinario normalidad y a renunciar a mi libre albedrío. No quiero encerrarme otra vez a cal canto, no quiero ver a los militares en las calles. No quiero vueltas al pasado, ni al cercano que aún es presente ni al más lejano que pervive en nuestra memoria. Así que señores, un poquito de por favor…

Aquí está otra vez la generala. Ya lo dicen las malas lenguas, yo con poco agarro el mando.

(Manolo Benítez se abstiene de comentarios mientras pone la música).

Siempre nos quedará Manhattan
La hora de los viejitos
En reposo