Día 38. ¿Tú que quieres ser de mayor? Alguna vez me lo pregunté y nunca hubo respuesta. Solo tenía claro, cuando se acercó la hora de elegir estudios universitarios, que me gustaba escribir y que me apasionaban las historias que leía con voracidad y sin descanso, gracias a la magnífica biblioteca que había en mi casa. Una de esas que van del suelo al techo, a donde apenas llegaba con un pie vacilante sobre el brazo del sillón.
Ese furor que empezó con las aventuras de Los cinco de Enid Blyton se vio acrecentado con los misterios de Agatha Cristhie para derivar, ya un poco más mayor, en interminables sesiones de sofá con lo mejor de la literatura española y latinoamericana. En ediciones, qué suerte la mía, que hoy son históricas, algunas de ellas con ex-libris, comentarios a lápiz, marcas y hasta papelitos olvidados de quienes, antes que yo, pasaron esas páginas.
Incursionaba en aquella biblioteca como un cazador en busca de su presa. ¿Qué voy a encontrar hoy? ¿A quién me voy a dedicar los próximos tres meses? Cuando descubría un autor, digamos Isaac Asimov , no paraba hasta devorar todo lo que encontraba, en muchos de los casos -para alegría mía- las obras completas.
Algunos se me resistían, como los rusos. Cada vez que me los tropezaba, que era siempre que iba en busca y captura de algo nuevo, había algo en ellos (el título, el formato, el nombre del autor o que parecían demasiados intensos hasta para mí) que me impedía pasar de la primera página o incluso intentarlo. Un hecho que me ha brindado la posibilidad pasear un verano entero con Ana Karenina entre mis brazos.
Lo cierto es que la literatura era, y es, mi pasión. O más bien las palabras, como descubrí después. También descubrí que, aunque puedo pasar semanas enteras zambullida en uno dramón de mil páginas en papel biblia, a mí lo que me gusta de verdad es estar con la gente. Disfrutar de los encuentros, dejarme impregnar por las vidas de otros, por sus palabras, por sus miradas, por sus historias, para después contarlas. Por eso, y porque descubrí a tiempo que no quería ser profesora de instituto, me decanté por el periodismo.
Ha corrido mucha tinta desde entonces. La vida, se lo digo siempre a los desesperados padres que vienen a mí en busca de consejo o consuelo cuando sus hijos les comunican que quieren ser periodistas, da mucha vueltas. Yo aposté en principio por mi pasión, por eso empecé Filología; después me decanté por un oficio en el que podía desarrollar mi otra pasión, escribir; y luego he ido descubriendo, a veces por necesidad y otras por atracción, nuevas formas de encauzar mi vida hacia aquello que me mueve.
Qué suerte la mía, que tuve esa biblioteca y a la profe de lengua y literatura en casa. Gracias a ellas, y a que me dejé llevar por mi pasión, cada día me siento a escribir y encima me salen las palabras. Esta vez, no para contar las historias de otros sino mis propias anécdotas de esta singular aventura. Qué suerte la mía. No puedo salir libremente a la calle y, sin embargo, puedo viajar por el mundo, disfrutar de otros paisajes, conocer otras gentes, vivir intensamente. Solo necesito dos cosas: un buen libro y mi sillón.
(Manolo Benítez nos invita a vivir aventuras con esta música).
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