Hace seis meses renuncié a mi interinidad y dejé de trabajar, después de casi 25 años, en el Hospital Universitario de Gran Canaria Dr. Negrín para dedicarme a mi proyecto con voz propia. Cuando me incorporé a él como responsable de la Unidad de Comunicación, el 4 de julio de 1999, todavía estaban abiertas las Urgencias del Hospital del Pino, y en lo que me dijeron que iba a ser mi despacho no había muebles. Tampoco había departamento de comunicación, claro. Ruperto Matas, gerente en ese momento, me dio como primera tarea recorrerme el edificio hasta que pudiera caminar por él sin perderme. Y así, trotando por los interminables pasillos del Negrín, empezó una aventura apasionante.
Tuve la oportunidad de crear el primer departamento de comunicación interna y externa de un hospital público en Canarias. Al principio temblaba. Con apenas 30 años, por primera vez trabajaba sin red: no tenía a nadie por encima que fuera periodista a quien consultar. De los casi 4.000 trabajadores del hospital, la única periodista era yo. Pero a base de ensayo y error, y con mucho apoyo, se me quitó el temblor. Trabajé, aprendí, disfruté, sufrí. Crecí.
Aprendí mucho de las situaciones de crisis, que en sanidad se dan todos los días y hasta varias veces al día: recuerdo cuando se rompió la tubería del techo de un quirófano, cuando una paciente se plantó en la puerta de Urgencias con un colchón, cuando los médicos se pusieron en huelga durante nueve meses… aparte, claro, de los accidentes muy graves, y de las listas de espera, los cierres de camas, las averías de los aceleradores, las urgencias saturadas… Las crisis de todo tipo me enseñaron que la comunicación no es una ciencia exacta, pero siempre hay que dar una respuesta.
Aprendí mucho de mis jefes, porque un gerente y un director médico están sometidos a una constante presión, y aun así la puerta siempre estaba abierta para mí, tanto si era anunciadora de una de esas crisis que había que resolver sobre la marcha como si llegaba con un nuevo proyecto bajo el brazo. Y fueron muchos los proyectos que, con las bendiciones de Ruperto Matas, de Evelia Lemes y de José Miguel Sánchez, puse en marcha: desde relanzar la revista del hospital, publicar la primera web —que entonces era un exotismo—, crear la intranet (que yo misma diseñé con el Frontpage para torpes de Forges) y la primera memoria digital, hasta el programa de visitas para centros educativos, el programa de actividades para pacientes y usuarios, el programa de actividades para los profesionales, el canal salud, el aula de pacientes…
Aprendí mucho de los compañeros. Tuve la suerte de trabajar con profesionales que son parte de la historia de la sanidad pública en Canarias, personas que, creo, no han sido suficientemente reivindicadas: Alfonso Medina, Pedro Betancor, Pedro Cabrera, Diego Falcón, Ana Alonso, José Luis Manzano, Rafael Inglott…; con médicos que tuvieron la paciencia de explicarme una y otra vez una técnica o un tratamiento para que yo, que soy de letras, lo entendiera y lo pudiera traducir al cristiano; con compañeros que me ayudaron, con la mejor disposición, a hacer realidad las ideas locas que se me pasaban por la cabeza o a resolver las situaciones insólitas que se me presentaban a cada rato, como encontrar en el almacén material para la producción de REC 2 o preparar la sala de juntas para una boda.
Como diría el cantautor Daniel Viglietti, «son tantos, tantos y tantos», que no acabaría de nombrarlos, con su correspondiente anécdota. Los que están en mi corazón de una forma muy especial y por distintos motivos son, además de los tres gerentes con los que trabajé, Dora Medina, Octavio Jiménez, Salvador Marrero, Lidia Molina, Manolo Hernández, Ramón Saavedra, Juan Morales, Luisa Guerra y Mapi Elvira.
Sí, estos 25 años fueron una gran aventura. Yo tuve la suerte, la oportunidad y la osadía de embarcarme en ella. Y pude decirle adiós con la certeza de que, de la misma forma que recibí mucho, también di mucho. En esos pasillos del hospital que hoy podría recorrer con los ojos cerrados quedó mi huella. Y también en mí quedó la suya.
(Este tema maravilloso de Irving Berlin me lo regaló Manolo Benítez para una actividad que organicé en el hospital. Ella Fitzgerald y Louis Armstrong siempre son un buen plan musical).
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