Día 34. Es difícil escribir con la Banda de Agaete de fondo. A mí al menos me dan ganas de salir a la calle a dar brincos, cosa que, ya sabemos, está terminantemente prohibida, a menos que tengas un perro (no es mi caso) o consideres la posibilidad de llegar hasta el contenedor o el supermercado al ritmo de la Rama (tampoco, de momento).
Más difícil es escribir mientras un señor, allá en la tele, explica en inglés los beneficios de los estiramientos. El mismo de ayer, y de antes de ayer, y así una tarde más, y ya van treinta, el hombre vuelve a insistir en que tienes que appreciate your feet mientras masajea a fondo sus ñoños. Todo sea, me digo, por la salud de su cuerpo y el mío.
Pero lo más difícil es escribir cuando ya ha pasado la hora de escribir y, encima, el reto es hacerlo a partir de la canción que me propone mi compañero de aventura vital y de confinamiento; un tema que, cuando lo escucho, me pone una vez más ante el dilema de dejarme llevar por lo que siento, ponerme yo también a hacer los estiramientos o encontrar alguna carretera secundaria que me aleje, sin que se note mucho, de eso que palpita en mi interior.
Que no es otra cosa que la necesidad de darme permiso para sentir y asumir el riesgo que entraña hacerlo, más ahora que, una vez abierta esa puerta, no hay escapatoria posible.
Permiso para rememorar la primera vez que escuché este tema -regalito del amigo Modesto- mientras íbamos en el coche, para sentir la turbación que producen en mí las cosas simples y bellas.
Permiso para dejar correr una lagrimita, y dos y hasta tres (a veces todo torrente), en las que se entremezclan la alegría del amor compartido, la incertidumbre, el miedo y el dolor de algunas pérdidas.
Permiso para dejarlas ir, para que el corazón se abra a todo lo que venga. Menuda osadía en estos tiempos que corren.
Permiso para la rabia y la impotencia. Un rato, no más.
Para sentir toda mi debilidad y también toda mi fortaleza.
Permiso para sonrojarme y sonreírme a la vez mientras me imagino que soy la linda guajirita de la canción.
Así están las cosas cuando ya llevo más de treinta días confinada en casa: o me pongo a dar saltos o me vuelvo más cursi que un repollo. Permiso, entonces, para ser la más cursi de todas las cursis. Y después, unos saltitos.
(El título se lo tomé prestado a Bryce Echenique. La música es cosa de Manolo Benítez).
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