Día 46. Acudo de nuevo a un título de Bryce Echenique, un autor que estos días me viene una y otra vez a la cabeza, quizás porque él como nadie ha sabido retratar lo bella y lo absurda que puede ser a veces la existencia. Durante un tiempo me sonreía cada vez que me imaginaba la “hondonada” del colchón desvencijado de Martín Romaña, donde ese personaje de dos de sus novelas pasó tantos momentos, apasionados a veces, tiernos otros, y también desolados. Como la vida misma.
En este abril para recordar y para olvidar todos hemos tenido una hondonada: en la cama, en el sillón, en la mesa del comedor, y sobre todo, en el corazón. Un hueco, un recoveco, en el que hemos tocado tanto el cielo como el infierno, solos o en compañía.
Algunas personas, como es mi caso, tenemos la suerte de que el coronavirus, en la distintas modalidades de esta crisis, de momento solo nos ha tocado tangencialmente. A otras, sin embargo, les ha golpeado con dureza, incluso con saña. Y a todos, esta vida exagerada que nos está tocando nos dejará marcas y recuerdos con los que cada cual tendrá que lidiar como buenamente pueda.
De este abril tan loco como la primavera que ya se fue me quedo con el silencio. Me dan ganas de guardarlo en una caja, de envolverlo con una manta; de esconderlo como un tesoro, con la confianza de que puedo sacarlo a la luz cada vez que me asalte el ruido de allá afuera o de aquí adentro.
Me quedo, de esta abril extraño, con las risas y con las lágrimas. Con la certidumbre de la inquietud que me produce la incertidumbre y de que soy, más o menos, capaz de manejarla. Me quedo también con los juegos de palabras, que ni yo misma entiendo pero que hacen de la escritura un divertimento y un desafío constante.
Los aprendizajes también me los quedo (a lavarme correctamente las manos, a disfrutar de los encuentros a través de una pantalla, a tenerme paciencia, a apreciar todo lo bueno que hay en mi vida, a tenerle paciencia).
¿Y para mayo? Para mayo me pido un milagro.
(Falalalalalalá, canta Manolo Benítez).
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