Día 63. La aparición de un hombre-rana al fondo de la rampa por la que pretendía llegar una mañana más a la arena me recordó que con las luces del día se había abierto la veda. Todavía con los ojos un poco pegados, no tenía muy claro si el ejemplar en cuestión se había quedado ahí en medio, clavado, o se movía, así que aguardé quieta, uno, dos, tres segundos, y volvió a brincar.
Sí, avanzaba, muy despacio, con la mirada pegada al suelo y la boca bien abierta, toda una invitación a mi sistema de alarmas, que automáticamente se puso en marcha.
Su velocidad, casi a cámara lenta, me permitió hacer una comprobación detallada de los útiles que llevaba en el bolso: mascarilla, un bote pequeño de hidroalcohol, una cartera vacía, pañuelos de papel, ¡el móvil!, que lo mismo sirve para inmortalizar el momento que para la caza de hombres-rana que no han entendido el significado de los monigotes pintados en el suelo que indican que no estás solo en el mundo y que debes coger por tu camino, que no es el mío puesto que estamos frente a frente.
Cuando se acercó lo suficiente como para considerar que existía una posible amenaza para mi salud o para la paz que reinaba a esas horas en Las Canteras, recordé que acababa de pagar la última cuota del teléfono, y alguien con una cabeza tan dura como para hacer de un espacio público su pista de entrenamiento particular no merece el destrozo seguro de mi apreciado y carísimo aparatito.
Así que, a falta de un idioma común (lo del diálogo, si no captaba la comunicación no verbal, ni siquiera consideré la posibilidad de intentarlo), opté por la paz: di media vuelta y bajé por la escalera de la izquierda, libre ella de ejemplares imposibles.
Mira qué cosas tiene la vida: justo cuando iba a posar el pie derecho en la arena me encontré con una bolsa de supermercado llena hasta arriba de piedras grandes, de las que se acumulan junto al muro con la marea llena. Pensé: esta es la mía. Valoré por un instante la opción de darme la vuelta. Pero cuando alcé la vista me encontré con el mar y me dije: que le den, me voy de paseo.
Y a la vuelta, esta vez sí por la rampa de siempre, sin hombre-rana y cuesta arriba, noté el peso de la cartera. Se había dado bien la pesca esta mañana: iba repleta de sol, de olas, de nubes, de frases escritas en la arena, cuídate, cuídame; de algas y piedritas, de holas en la distancia, de qué rica estaba la playa.
(Con la canción que eligió Manolo Benítez dan ganas de volver).
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