Este año está siendo tan loco que esta mañana descubrí que los escasos adornos navideños que poseo, esos que hace unos años compré de motu propio con la firme intención de convertirme en una ciudadana “normal” que disfruta con el incesante tintineo que anuncia amor y paz porque así lo dice el calendario, nunca emprendieron el camino de vuelta al altillo. Es más, durante el confinamiento usé algunos de ellos, una estrella y un corazón, para mis fotos. Dos de mis preferidos. Sirven para todo, hasta para esas fotos de fin de invierno-primavera-casi verano que hoy me dio por revisar y que son todo un tratado de cómo usar cada esquina de la casa, cada objeto en el que hace tiempo que ni me fijaba, para ilustrar la situación más loca que me ha tocado vivir.
Aunque para locura, ese empeño por celebrar la dichosa Navidad con el árbol más grande que nunca y con todas las luces operativas desde mediados de noviembre, y esos centros comerciales repletos, como repletas van las manos de bolsas repletas también de regalos para cumplir con la tradición y aprovechar las ofertas; para locura, esos malabarismos para salvar las fiestas de empresa y cenas familiares, tan esenciales —parece—para la vida humana y tan peligrosas —parece— para la salud en estos tiempos que hasta se regulan por decreto; para locura, sí, la belleza sin fin, casi imposible de los cielos de noviembre, unos cielos que hay quien los atribuye a la fin del mundo que está por llegar, o que ya llegó y no nos dimos cuenta con tanto afán por volver a esa vida que se nos perdió allá por el mes de marzo: cada día, un espectáculo, una fiesta de nubes y colores.
Quizás allá en lo alto —es solo un suponer, o la necesidad urgente de confiar en algo, aunque sea en el ratoncito Pérez— se nos haya concedido, a cambio de la austeridad y los rigores que exigen estos tiempos, este regalo: el placer de mirar, de observar, de asombrarnos y hasta de pellizcarnos por la suerte que tenemos de poder contemplar ese cielo de este noviembre loco que hoy, de postre, nos trajo lluvia.
(Para belleza, la propuesta musical de Manolo Benítez).
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