Lo que aprendí en lo que va de cuarentena

Lo que aprendí en lo que va de cuarentena

Día 9. Una selección (son tantas, tantas y tantas):

A hacer un skype. ¡Vaya lío, todavía no acabo de entender cómo se hace para que se vea a todo el mundo en la pantalla! Y qué útil. Me ha brindado grandes momentos en los últimos días.

A hacer una videollamada en grupo por wasap. Para quedadas de no más de cuatro personas (por si alguien, como era mi caso, no lo sabía). Más facilito que el skype aunque más incómodo, por eso de no saber muy bien cómo colocar el móvil. Por momentos parece que estás haciendo el pino, y en otros, que te estás hundiendo. Eso sí, me lo pasé pipa.

A participar en una clase de canto por zoom. Eso ya son palabras mayores. Nos pusimos a cantar todos juntos y aquello fue… Hoy, segundo intento, esta vez con menos gente y más conocimiento. Seguiré informando.

A lavarme las manos de forma concienzuda y, en ocasiones, compulsiva. No comment.

A no tocarme la cara ni aunque me pique mucho, mucho, mucho, mucho. Yo sabía que mis manitas trepaban cada dos por tres para rascarme la nariz, los ojos, la frente, otra vez la nariz, y vuelta a empezar, aunque nunca pensé que fuera para tanto. Ahora, cada vez que siento el impulso, escucho la voz de las autoridades sanitarias y me contengo, no sea que.

A racionar el embutido. Sí, lo confieso, me encanta cenar pan con cosas (esto es, jamón del bueno, lomo, salchichón; en algún momento del día habrá que pecar). Con la cuarentena he empezado a espaciar las tomas, así me sabe más y, lo más importante, retraso el momento de ir al supermercado.

A darle valor a mis ideas locas. A compartirlas y hacerlas realidad con otros. Esto ya lo sabía, pero lo echaba tanto de menos. Qué placer volver a paladear el sabor de la creación compartida. ¡Este sí que es jamón del bueno!

A apreciar tantas cosas y personas de mi vida que no acabaría nunca. En las mañanas en que estoy yo con mis circunstancias, me acuerdo especialmente de los muchos momentos de soledad, desde mi adolescencia, en la que los libros eran mi mejor compañía, hasta mi penúltima etapa laboral, en la que reinaba el más atronador de los silencios. Gracias a ellos puedo, hoy, estar más en paz conmigo misma.

A subir cada mañana los estores del salón. La calle, la calle, la ansiada calle está ahí, tan cerca. El cielo azul, la brisa marina.

Con qué poquito voy en estos días en los que tanto aprendí, en tan buena compañía.

(La música la pone Manolo Benítez, siempre al quite para la creación compartida).

 
Banda sonora
¿A qué sabe la calle?
Un lugar donde volver