Las cosas de esta incierta, absurda y bella vida

Las cosas de esta incierta, absurda y bella vida

Día 88. Pisé nuevamente la calle. Hice el mismo recorrido que repetí cada jueves con los pies temblorosos, la manos rígidas y la mirada huidiza; el mismo que me brindaba, una vez por semana, la posibilidad de vislumbrar la intimidad de los hogares ajenos, puesta al descubierto por ventanas abiertas de par en par en busca de sol y de vida, la misma que aspiraba yo, como el más preciado de los tesoros, a cada paso. 

Reconocí las fachadas de las casas: en esa de la derecha se asomaba una señora a hablar por teléfono, una mañana me pareció que se iba a caer de tan alongada que estaba; el bazar de la esquina siempre estuvo abierto, había colas y tertulias en silencio; en este garaje todavía no han quitado el dibujo del arcoíris; tampoco la pancarta de “resistiremos” colgada del edificio marrón, ¿quién habrá hecho tamaño esfuerzo?; cuando pasaba por este portal podía seguir las noticias, a la ida y a la vuelta.

Volví a hacer el camino, bolsa de la compra sobre el hombro derecho, bolso con mis cosas en el izquierdo. Y a medida que avanzaba me asombraba de mí misma, de lo incierta,  absurda y bella que es la vida. 

¿De verdad se me olvidaron los coches y crucé sin mirar? ¿De verdad iba de aquí para allá a la caza del sol mañanero? ¿De verdad podía escuchar el eco de mis pensamientos, de mis temores, hasta de mi corazón, en un silencio solo interrumpido por el motor de un helicóptero? ¿De verdad este tramo se convirtió en mi pasaje al cielo? ¿De verdad me paró dos veces un italiano para pedirme dinero y me pareció una locura en plena locura? ¿De verdad me escapé una tarde tres minutos a ver la puesta de sol? ¿De verdad me sentí una privilegiada y hasta una delincuente? ¿De verdad bajé la basura a las siete de la tarde para descubrir quién ponía la música que anunciaba los aplausos? ¿De verdad me emocioné al escucharlos desde la acera, al ver las caras de mis vecinos asomadas por puertas, balcones y ventanas? ¿De verdad, mientras yo iba y venía cada siete días, enfermaron y murieron y se curaron tantas personas, y otras tantas cuidaron, lloraron, se alegraron, rieron, lloraron otra vez, perdieron sus trabajos y trabajaron?

El único par de zapatos que usé durante todo el confinamiento para adentrarme en la aventura de la calle lo devolví al ropero hace un par de semanas. Había pensado tirarlos, pero ahora me da pena. Hay mucho de surrealismo en todo lo que hemos pasado que, si se combina con la inevitable paranoia que produce una amenaza invisible, el resultado es -supongo- esa especie de histeria colectiva que se vive estos días, una forma como otra cualquiera de mitigar la desazón que nos deja lo ocurrido en estos meses. Y lo que nos queda. 

Mis playeras verdes, que ya guardaban historias pasadas, atesoran también esos recuerdos. No sé si son buenos o malos. Hay, como en la vida, un poco de todo. Pero sí sé que esas cosas, y muchas más, me pasaron.    

(El asesor musical dice que esta es la canción que toca).

 
¿Desea un poco de gel?
El escudo mágico
Esperando instrucciones