Fuerte novelería

Fuerte novelería

Día 58. Pasear con una amiga tras saludarnos al modo de los nuevos tiempos (y no desconsolarme en el intento). Asombrarme con la cantidad y variedad de comercios que están abiertos, fantasear con el futuro de los que están cerrados, medir el tamaño de la cola de los supermercados, calcular el tiempo medio en el que se hace una compra, verificar que el edificio alto ya está acabado, contemplar el hueco que dejó el último derribo en la calle de al lado, analizar la frecuencia de las guaguas para cuando me toque viajar, constatar que el ruido del tráfico ha vuelto para quedarse, contemplar el escaparate de la floristería repleto de pamelas, escuchar la explicación de quien las fabricó en las tardes sin fin del confinamiento, leer la publicidad en la que el ayuntamiento me invita a consumir y a cuidarme, descubrir que el local de la esquina volvió a abrir después de varios años, acostumbrar el ojo a las caras con mascarilla, curiosear los diferentes sistemas inventados para que se respete la distancias de seguridad.

Hoy, leo en el cartel pegado en la puerta de cristal de mi farmacia, no hay guantes.

Caminar en zigzag, una delante y otra detrás, cruzar la misma calle varias veces para no tropezar con los que vienen de frente, recordar que hay que mirar si vienen coches, caminar por el sol todo lo que pueda y vuelta a la sombra para sortear la enésima cola.

Ponernos al día, intercambiar incertidumbres laborales. Reírnos, despejarnos. Pasear con alguien que no es mi pareja. Aceptar que habrá que esperar un poco para abrazarnos.

Y después de una hora y cuarto a la caza y captura de una mesa y dos sillas, constatar que, en esta fase de nuestras vidas, el café mejor lo tomamos en casa.

(O el té, con Manolo Benítez y buena música).

 
En busca de los aplausos perdidos
Encuentros en la primera fase
Como el cuento de la lechera