Enrredinas en el pelo

Enrredinas en el pelo

Hay días, como hoy, en los que el cielo parece que adivinara los entresijos del alma. Entonces, comienza a caer una lluvia fina, casi imperceptible, que tiene un efecto parecido al de una caricia en el pelo. Una caricia leve, como un murmullo, como un arrullo capaz de desatar, con esa perseverancia propia de las madres que hacen todo lo posible para calmar el llanto de su hijo, ese nudo apretado que te corta la respiración.

Cae la lluvia, y con ella, las murallas.

A veces desearías que fueran goterones grandes, furiosos, de esos que golpean con violencia el techo de tu patio, que ponen música a la vecindad. La banda sonora interior comienza a sonar en toda la casa. Puede que haya un desborde, pero, qué carajo, mejor que se moje el suelo a que te inundes por dentro. Lo de fuera se puede limpiar, lo de dentro…

Y puede ocurrir que allá a lo lejos vislumbres un azul nuevo. Tenue, bordeado por nubes grises que no se sabe si van a descargar o pasarán de largo. Un rayo de sol se cuela por la ventana, y tú le pides a la lluvia que te moje otro ratito, a las nubes, que no se vayan. Que todavía tienes enrredinas en el pelo, el corazón, un poco apretado; por favor, más agua.

Solo cuando te has empapado lo suficiente, cuando te tienes que cambiar hasta los calcetines y te envuelves en un manto real o imaginario y te tomas un té porque no hay manera de entrar en calor y te ovillas toda entera y te pones a Eva Cassidy o te hartas a Mecedes Sosa o te hinchas a boleros para que toda la habitación se impregne de la misma melancolía que se palpa allá afuera; solo cuando por fin escampa por dentro puedes volver a mecer tu pelo al viento, apreciar de nuevo la calles secas, el calorcito que se asoma por el cielo.

(La música, tipo sentimental, hoy también la pone Manolo Benítez).

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