En busca de los aplausos perdidos

En busca de los aplausos perdidos

Día 57. Ya no hay aplausos en este tramo de calle. Si no fuera por las mascarillas, diríase que los dos últimos meses no fueron más que un paréntesis, un agujero negro en nuestra vida que acabó de la misma forma abrupta en la que empezó, por decreto, el único idioma que parece calar en nuestras mentes.

Ya no se escucha el batir de palmas a las siete de la tarde. A cambio, hasta mi ventana llega a esa hora el eco de las personas mayores en el ejercicio de su horario de paseo, el motor de los coches que quiebra una y otra vez la posibilidad de silencio, los cuchicheos de la adolescencia de camino a la playa y otros muchos sonidos que me recuerdan que estamos en el camino de vuelta.

¿O de ida hacia otra parte?

Se perdieron los aplausos, se olvidaron. Se quedaron guardados en un cajón.

¿Se gastaron?

Los aplausos iban destinados a todas esos profesionales que están en primera línea jugándose el pellejo y tratando de salvar el nuestro. Y aunque la mejor forma de agradecerles sus desvelos es el respeto, la prudencia y el cuidado, no está de más que, cada tanto, recordemos el valor de su trabajo, el que hacen todos los días con la misma entrega, con o sin pandemias.

Los aplausos se transformaron en una forma de estar juntos, de acompañarnos en la incertidumbre. Gracias a ellos hemos podido descubrir que había personas de carne y hueso detrás de las persianas. Y eso, a cada palmada, nos ha hecho sentir que no queremos estar tan solos. 

Los aplausos han sido, todos estos días, una cita con la realidad. Por más que hayamos buscado las más variadas formas de abstraernos, de entretener la cabeza y contener el corazón, cada tarde ha habido al menos unos segundos en los que, voluntaria o involuntariamente, los hechos crudos -enfermedad, muerte, paro, miedo, incertidumbre- han traspasado el muro o la vallita de nuestra trinchera.

Ahora que se callaron, que se evaporaron sin despedida, ando a la caza de esos aplausos perdidos. Aplausos a las siete o a las tres. En la ventana o bajo el agua. Que suenen en toda la calle o se ejecuten en tono quedo o en silencio. Aplausos de agradecimiento, de entusiasmo, de recogimiento. De despedida o de esperanza. De los que se hacen con las manos, con los ojos o con el corazón.

Pero aplausos, por favor, para afuera o para adentro. Que hay mucho que agradecer y aún es demasiado temprano para olvidar lo que nos convocó en las ventanas, terrazas y balcones.

(Todos los ritos tienen su himno. Manolo Benítez nos propone el del Liverpool).

 
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