Embozada

Embozada

Día 53. Cuando fui a poner el dedo -después de una aparatosa operación para lograr desprenderme del guante de la mano derecha, al que se le había pegado un trozo del papel de cierre de la caja de huevos que acababa de coger- resulta que el móvil no lo reconoció. Insistí, y más insistió él en que pusiera el pin, porque el dedo, mi dedo gordo, no parecía ser el mío en ese momento.

La mirada del cajero -¿inquisitiva o más bien le daba pena?-, la necesidad urgente de subirme las gafas y una cierta dificultad para respirar hicieron el resto: puse el numerito y me quedé con la intriga de si con tanto lavado de manos se me estará borrando la huella dactilar.

Me había jurado que, nada más salir del supermercado, me quitaría la mascarilla recién estrenada, puesto que en la calle no la necesito (la técnica del zigzag está dando sus frutos) y esta no era más que una salida de prueba a ver cómo me apaño con el invento. Pero el momento huella, siempre tan delicado, hizo que no tuviera en cuenta la necesidad de colgarme al hombro la bolsa de la compra antes de quitarme el guante de la mano que firma, visto lo cual decidí llegar embozada hasta mi casa.

Subí las escaleras resoplando y temerosa de cruzarme con algún vecino, aunque ahora que lo pienso daba igual, llevaba la mascarilla puesta. Nada más abrir la puerta comencé el ritual de desinfección, que prefiero no detallar porque duraría un rato largo. Para complicarme la vida un poco más –forma parte del entrenamiento que me he marcado- entre mis compras había bastantes productos frescos y a su vez manipulados por los dependientes, así que tuve que idear un sistema para garantizarme a mí misma que todos los elementos extraños introducidos en la casita pasaban la prueba del algodón.

Respira, Charo, respira.

De camino a la mesa del estudio para coger resuello e inspiración llegué a la conclusión de que lo que me quedaba de huella dactilar lo acababa de dejar en el trapo del Sanitol. Sin ellas, me lamenté, no podré escribir, porque al fin al cabo son las que acreditan mi identidad. Mis dedos son la expresión de mi yo, de mis pensamientos, de mis emociones. Como lo son los gestos de mi cara.

Volví la vista hacia atrás, contemplé la mascarilla colgada en el espacio destinado a su aireamiento, y me dije, rendida: es de quita y pon, así que tampoco va a ser para tanto. Prueba de hoy superada.

(Manolo Benítez pone la banda sonora de mi odisea).

 
Abrazo furtivo
Un tiempo diferente
Compañeros de viaje