Día 86 Colgada del retrovisor de un Renault Cangoo blanco, la mascarilla adquiere la condición de escudo protector. Ha ocupado, por derecho propio, el lugar del rosario de su madre, del banderín de la Unión Deportiva, del recipiente de cristal de incienso, del pino verde de toda la vida, del móvil hecho con las manos tiernas del nieto que ya es todo un hombre, de la bandera patria, de la cruz de madera, del escapulario para entrar en la oficina, del cordón con la llave que abre todos los cajones, de las campanillas inquietas, del colgante de la suerte, de la estampita la Virgen del Pino y de la figura en plástico de San Cristóbal, patrón de los taxistas y de paso de los pasajeros que nos ponemos en sus manos.
No hay mejor posada para un amuleto que el retrovisor del coche. Ahí lo deposita cada uno, con fervor o con la debida prudencia, según sus necesidades y creencias. Puede ser de oro de primera ley, como el anillo que ya no entra en ningún dedo pero cuya presencia te hace sentir acompañada; puede ser de plástico, una pelota burda ganada en una máquina después de un titánico combate con tres amigos a ver quién era capaz de sacarla; puede ser volátil, un sahumerio que espanta todos los males y a algunos de los acompañantes; puede ser una foto, la de alguien especial, ¿quizás la madre?, que se bambolea impasible entre curvas y rectas.
Todos tenemos nuestro particular talismán protector para adentrarnos en la selva, el que nos va bien porque así nos lo enseñaron, porque está de moda o simplemente porque nos funciona. Que sería: me calma, me protege, me acompaña, me guía, me recuerda, me advierte, me aconseja, me alegra el viaje, me produce nostalgia, me reconforta, me transmite seguridad, fuerza; me abriga, me embriaga, me purifica e incluso, solo con saber que está ahí, me da serenidad en medio del caos.
Máscara, mascarilla, tapobocas, cubrebocas, barbijo (qué bonita palabra). Así llamamos a uno y otro lado del Atlántico al nuevo escudo mágico, el que se ha erigido, a estas alturas del siglo XXI, en el más necesario. También en el que tiene más variantes en su composición y forma, así como en interpretaciones de uso. Tantas, que hasta hay quien pensará, como me imagino que piensa el señor del Renault Cangoo con el que me crucé hoy a primera hora, que si le haces un hueco junto a Santa Rita igual la dichosa pandemia se acaba antes de lo previsto, como por milagro.
(Hoy sí que estuvo acertado mi asesor musical particular).
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