Día 31. A medida que avanzo rumbo a mi destino semanal me doy cuenta de que las casas nunca habían estado tan vivas.
La música, las voces, los perros, los parajitos, me regalan el calor de carne y hueso que le falta a la calle: una joven que habla por teléfono en la ventana, un chiquillo que replica a su madre, dos hombres que charlan, un metro mediante, en el estanco de la esquina. El ronroneo de una radio. Olor a potaje y a lejía.
Mientras voy haciendo zigzag en la que se ha convertido mi autopista hacia el cielo, me impregno del sol y de las vidas que emergen más allá de los muros, las que dejan entrever las persianas abiertas, por fin, de par en par.
Me imagino esos sillones, antes ocupados por cuerpos vencidos por el cansancio o por la indiferencia de la siesta ante el televisor; ahora, habitados durante horas y horas con charlas, juegos, lecturas, niños que saltan sobre ellos, y siestas, claro.
Me imagino la mesa de comedor, antes inmaculada, invadida ahora por cables, dispositivos varios, papeles y lo que haga falta para teletrabajar o conectar con el mundo.
Me imagino la colección de recetas, al fin rescatada del último cajón, dispuesta a hacer feliz a los estómagos agradecidos. De ese cajón, me imagino, habrán resurgido también múltiples utensilios comprados por novelería y que nunca salieron de su envoltorio, como el cortador de huevos duros, el termómetro para que el solomillo al horno quede en su punto, el rodillo con corazones, la maquina para la pasta fresca…
Me imagino la alfombra sagrada que nunca pudo pisarse con los zapatos puestos, reconvertida en zona de juegos, en pista de zumba, en esterilla para hacer estiramientos.
Me imagino esa guitarra, desafinada y con alguna cuerda rota, a punto para un bolero. Y el juego de damas, recubierto de polvo, y mira qué bien, con todas sus fichas. Y el álbum de fotos, con esos puntitos amarillos de humedad, un objeto que atestigua que, hace no tanto, las cosas no eran tan inmediatas, no bastaba con un clic para tener un recuerdo.
Ya no me acordaba, me digo mientras entro en mi portal, cómo era el silencio de la calle y el bullicio de las casas.
(Siempre con la selección musical de Manolo Benítez).
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