Día 45. Querida calle mía: Eres fea y ruidosa. Y aunque lo sigues siendo (lo de ruidosa menos, la vedad), gracias a esta crisis he aprendido a apreciarte con tus virtudes y tus defectos. Durante las últimas semanas, cuando todo parecía confuso, irreal, una broma de mal gusto, un sueño del que parecía que no iba a despertar, has sido mi principal conexión con el mundo de allá afuera, el ancla a la Tierra, la prueba de que seguía dando vueltas alrededor del sol y nosotros con ella.
A estas alturas empiezo a saberme de memoria las marcas de la acera de enfrente, el tamaño de la mancha blanca sobre la tapa de la luz, la ubicación de las dos flechas amarillas que alguien se olvidó de borrar. También, cuántos segundos tarda la puerta de Correo en cerrarse y el sonido que hace cuando llega a su tope; la proporción exacta de sol y sombra a las doce de la mañana y la franja por la que debo caminar de vuelta de la tienda si quiero aprovechar el calorcito.
Podría reproducir con los ojos cerrados el reflejo, en el cristal de enfrente, de la pintura azul del carril bici en su intersección con la calle que viene de la playa, y la distribución de adoquines oscuros y claros en la acera. Reconozco el motor del camión de Kalise y el del agua de Teror, y echo de menos –quién me lo iba a decir- el de la Tropical, que hasta el inicio de todo esto aparcaba a cualquier hora bajo mi ventana.
A veces, en mis sesiones de contemplación mañaneras, me dan ganas de jugar a aquel entretenimiento juvenil que consistía en esperar a que pase el primer coche rojo, o el primer señor con bigote. Recuerdo que en una época, si veía más de un coche marrón de una determinada marca de forma repetida, eso significaba que me estaban espiando. Ya entonces tenía mis propias fantasías, pero mira tú las ironías de la vida, ahora no sería precisamente un pensamiento extraño.
Querida calle. A pesar de que sigues siendo fea y, poco a poco empiezas a parecerte a la que fuiste, me gusta descubrirte cada mañana, como si cada vez que subo las persianas o me asomo a la ventana me hicieras un pequeño presente: seguir los pasos, hasta donde alcanza mi vista, de cada viandante; contemplar a padre e hijo felices en su bicicleta; seguir la evolución de los modelos de mascarilla; adivinar la puesta de sol más allá de los edificios; escuchar, en el silencio de la noche, el sonido del mar.
Vete preparando, porque ya estoy haciendo planes.
(Música para preparar la desescalada, esperemos, cortesía de Manolo Benítez).
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