Desde mi ventana hoy el mundo se ve más luminoso, y no me pregunten por qué, si hace frío, hay calima a la vista, mucho gilipollas suelto y un montón de muertes, unas más cercanas que otras, que en principio solo invitan a clamar o reclamar al cielo, sea lo que sea lo que signifique el cielo. Y sin embargo, o quizás por eso, porque me puedo permitir el lujo de mirar por la ventana, no puedo evitar sonreír y reír y llorar también por la belleza simple que se presenta delante de mí, que es la misma de todos los días, pero que hoy hace de sábana blanca donde se refleja el estado de mi corazón, que en estos momentos se expande, se abre sin preguntar, rendido por una vez ante el misterio de la vida.
Mi ventana es hoy una puerta abierta que me dice déjalo entrar, que me dice sal, que me dice tómalo, es para ti. Que me dice déjalo ir. Y yo le digo a la ventana que hoy es puerta: gracias por dejarme ver eso que no tiene nombre, que no es tangible, que veo ahora aunque cierre los ojos. No tengo ni idea de cómo se llama ni de qué es (¿esa nube blanca que acaba de desaparecer?, ¿ese mar con promesa de infinito?, ¿ese aire que se vislumbra más allá del cristal? ¿esos ojos que como los míos ahora están mirando a través de otras ventanas?).
Seguro que hay quien me tomaría loca si se percatara de este ir y venir entre el ordenador y la ventana; para cerciorarme de que aún sigue ahí, para tomarlo a sorbos lentos, para pedirle que se quede un rato más. Para proponerle que vuelva mañana.
(Como siempre, la música la pone Manolo Benítez).
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