Día 80. La ventana abierta de par en par. Los pies descalzos. Hasta mi estudio llega la voz de un chiquillo que debe andar metido en juegos allá abajo. Los coches sobre la acera, el calor a las seis de la tarde que a las nueve no amaina, los diálogos adolescentes en patineta, bici, pantaloncito corto que no hay clases, una foto para la posteridad que es ahora mismo y vamos de paseo, pi, pi, pi. Todo apunta a un verano adelantado, como si los meses anteriores, de tan apretados que vivimos por dentro y por fuera, hubieran explotado.
Hace calor. ¿Ya cambiamos de estación y otra vez llegué tarde? Las gotas de sudor se cuelan por mi frente. Menos mal que no tengo que llevar mascarilla en casa. El cielo se volvió loco también: en las medianías debe haber lluvia, me imagino por esa nube que lo cubre todo, y aquí, un festival de colores que no se sabe bien si presagian el fin del mundo que algunos andaban rumiando en las largas tardes de encierro o un fin de desescalada a lo grande, hasta con fuegos artificiales, aunque tengamos que verlos por streaming y debamos conformarnos con el relato de los privilegiados que tienen ventana al mar o con el recuerdo del olor de la pólvora y esos ohh, ohh, ohhhhh por cada palmera en el cielo.
A pesar de los veinti y pico grados cerré la ventana porque el parloteo y el run run de los coches no me dejan concentrarme. Por momentos echo de menos el silencio de los días de incertidumbre extrema en los que lo más que sabía, la certeza absoluta, era el menú del día y que arriba, puntual, comenzaría la hora del trote o de no se qué práctica deportiva que me dejaba extenuada sin mover un solo músculo.
Ahora ya sé unas cuantas cosas: sé cuándo viene la próxima guagua y me acuerdo hasta de las contraseñas que llevaban todo este tiempo en la recámara de mi memoria; sé a qué hora me tengo que levantar mañana, que tengo trabajo y cuánto debo dormir para ir descansada. También sé, más o menos, el ritual a seguir para entrar y salir de casa, para caminar por la calle y hasta para ir a la compra. Sé que soy capaz de ir embozada por la vida aunque no me haga mucha gracia y sé que ese solo es un mal menor (¿un daño colateral lo llaman ahora?) para lo que podría ser o para lo que viven otros. Sé que el mundo sigue dando vueltas aunque a algunas personas se les paró el reloj. Lo que no tengo muy claro es si a nosotros se nos adelantó otra vez la hora: ¿seguro que no llegó ya el verano?
(Javier Cerpa y Beatriz Alonso: Verano. Una propuesta de Manolo Benítez).
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