Día 92. Mira, ahí sigue la maleta. En el mismo sitio de ayer, aunque creo -me voy a acercar un poco más para cerciorarme- sí, un poco menos llena. Parece como si a alguien se le hubiera caído de las manos a medio camino de no se sabe dónde y, de tan rebosante que estaba, quedó abierta. ¿Te hace falta algo? Puedes llevarte lo que quieras, parece decír, con su despliegue multicolor de prendas.
¿Cómo llegó hasta el jardín? ¿Se olvidaron de ella? ¿Alguien salió a toda prisa del confinamiento, tropezó, se rompió el cierre y como ya no podía cargar con tanto peso la dejó atrás para los que vengan? ¿Quién se habrá llevado los pantalones rotos, la camisa de flores, el pijama amarillo, la chaqueta tan fina, la ropa que una vez fue comprada por otro alguien, o por la misma persona que un buen día lo empaquetó todo, lo metió en la maleta azul para salir de su casa, para viajar, para coger aire por fin o para quedarse en la calle -quién sabe- con todas sus pertenencias metidas en un cubículo con ruedas?
No me atrevo a acercarme más, no sea que el propietario o la propietaria, de primera, segunda o tercera mano, salga de detrás de la palmera. O que se baje de un coche o venga corriendo en busca de las cosas que dejó olvidadas o que encontró ahí mismo. Todo es posible, yo solo veo la maleta, pero quizás quien me esté observando a mí, observando cómo observo, cómo me detengo ante el hallazgo, por segundo día y en el mismo horario, dirá -porque no me conoce- que estoy buscando algo, o tramando algo o inventando algo. En verdad es solo curiosidad malsana, seguro que me viene de familia, o de profesión, o de mi ojo estrábico, experto en descubrir, sin quererlo, nuevas perspectivas, objetos, personas fuera de plano.
Como la maleta, que se quedó en la cuneta, a la vista de todos, aunque hoy, cuando mi vista se la tropezó otra vez, me pregunté si era un espejismo, una alucinación mía, porque lleva ahí dos días que yo sepa, plantada, con las tripas al descubierto, dispuesta a ofrecer sus bienes; no parecen muy atractivos ni valiosos pero seguro que todavía tienen otras vidas por delante. Por si acaso, saqué un foto, para mi tranquilidad y para mandársela a quien corresponda, a quien la necesite, a objetos perdidos, a la Guardia Civil, a la Cruz Roja.
Me arrepentí nada más cruzar la calle. Y ahí sigue, al menos hasta hace un rato, en su jardín, con el verde de los árboles, el canto de los pájaros, el ruido de los coches, la entrañas abiertas y los objetos al aire, prestos, como ella, a nuevas aventuras.
(Aquí tienes la canción, no me preguntes, dice Manolo Benítez).
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