Aunque no siempre suenen violines

Aunque no siempre suenen violines

Día 36. La casa de mis sueños es grande, muy grande, con espacio para correr y saltar, para perderme y encontrarle. Aunque si me atengo a las evidencias, la limpieza sería una tarea inmensa que no sé si sería capaz de afrontar. Ni si tendría ganas, así que a esta donde vivo le pondría, si acaso, una habitación más. Para echarme a correr ya tengo la playa, cuando nos den permiso.

La casa de mis sueños tendría una gran terraza donde desayunaría cada mañana de confinamiento y tomaría el aperitivo del domingo. Leería un buen libro sin darme cuenta de la hora, echaríamos una siesta al calor del mediodía y me pasaría tardes enteras con las amigas. Se admite terraza de tamaño estándar. Tampoco le haría ascos a un pequeño balcón o habitáculo a donde pueda salir cada tarde a aplaudir sin riesgo de que me rompa la crisma o me dé una tortícolis.

La casa de mis sueños tendría vistas al mar. Ya sé, eso es muy caro y, para los que no lo sepan, con la marisma cerca no ganas para reponer electrodomésticos. Pues vistas a la montaña entonces. Aquí surgen varios inconvenientes de difícil solución. O me busco un piso alto, en cuyo caso tendría que vérmelas con mi vértigo, o me voy a vivir fuera de la ciudad. Ya estoy viendo la cara de incredulidad de quienes me conocen bien: no se asusten, la cuarentena no está haciendo tanta mella en mí, esa posibilidad sigue sin estar entre mis planes.

Las vistas me las tendré que imaginar, o poner un póster en la ventana del salón de mi casa. Una casa, la mía, que no es la de mis sueños. Ni la de mis fantasías. Pero es mi casa (a medias con el banco) y el lugar donde, más viva que nunca, se desarrolla, en la mejor compañía posible, mi particular experiencia de esta singular situación que, nunca, nunca, imaginé que podía ocurrir.

Atengámonos, pues, a la realidad.

La casa de mi realidad es aquella en la que dispongo de todo lo que necesito y está todo lo que quiero: mis discos, mis libros, mi mantita; los muebles viejos y los muebles nuevos, los mil y un objetos suyos y míos. En ella compartimos alegrías y algunas penas, la incertidumbre de estos días extraños, la música, los abrazos, un cerveza con aceitunas en la cocina. Hay color y calor. Puedo, como si fuera un milagro, encontrar la paz, el sosiego en medio del caos.

La casa de mi realidad es este pequeño y preciado espacio, compartido con amor y con humor, aunque no siempre suenen los violines. Este, definitivamente, sí que es un sueño hecho realidad.

(Música sin violines elegida por Manolo Benítez).

 
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