Agosto/Veraneo

Agosto/Veraneo

Mmmm. Ahhhh.

Me siento en la terraza con los pies descalzos sobre la mesa. Allá a lo lejos, una vez más, el sol se pone. Hoy apenas se vislumbra una rayita naranja porque las nubes vinieron de visita. ¡Qué más da! Estamos de veraneo, y unas pocas nubes no van a estropear este momento; todo lo contrario, son la novedad en la rutina de los días.

Porque así es el veraneo, rutinario. Ese es su encanto. El desayuno tardío; la cafetera imposible de la que —oh, milagro— cada mañana sale el café; las tostadas con lo que hay en la nevera: queso, jamón, un tomate; la primera sesión del día de silla más paisaje más mente en blanco más «a ver si me levanto a coger el libro» más «a ver si el libro se levanta y viene hacia mí» más «qué bien viven los ricos» más «qué ricos somos por poder disfrutar de este momento».

Aparece una nube, se va. Otro día más de cielo azul, de embadurnarme con protección 50, de recorrer con pinta de guiri el tramo que nos lleva a la playa, de comprobar cómo está la marea para saber dónde me daré el primer baño del día, de caminar haciendo equilibrismo sobre las piedras con mis calamares azules, de zambullirme en el mar rodeada del paisaje y el paisanaje de ayer y de mañana, y del año pasado también.

Ah, tenemos una novedad, un nuevo modelo de silla de playa con toldo incluido. Me dan ganas preguntar a sus propietarias dónde lo compraron. Me quedo con las ganas y procedo al cambio de bikini.

Otro día más de cerveza con el pelo mojado, que es como sabe; de comida en el sitio de siempre, que este año ha cambiado de dueño y no sabemos si acertaremos; de saludos al camarero, que es el mismo de siempre y nos pregunta dónde nos estamos quedando; de pedir cruzando los dedos para que no sea mucha fritanga. ¡Qué más da, si estamos de veraneo! Así que de postre quiero, para no perder la costumbre, un Malteser helado.

Ahora viene lo mejor: la siesta mecida por el sonido de las olas del mar, por el ruido del toldo que se pelea con el viento, por el murmullo de los que vienen a pasar el día y a estas horas arrastran la chola y los bártulos hasta el coche, por la telenovela de todos los días, que se ha mudado hasta mi lugar de veraneo para acompañarme en la modorra. Buff, este año la cosa está complicada con las olimpiadas, otra novedad en mi rutina, pero al fin logro quedarme dormida, justo cuando Nadal y Carlos Alcaraz están jugando con unos holandeses…

No tengo nada que hacer, ningún asunto que resolver, nada concreto sobre lo que hablar. Solo dejar que el cuerpo y la mente reposen, que en un rato habrá nuevas dosis de silla más mirada al infinito, libro, baño de mar, puesta de sol, cervecita o un vino rico, esas pizzas que tanto me saben aquí… Con el mismo paisaje y el mismo paisanaje. Y una sensación de casa aunque no esté en mi casa. Porque veranear es mucho más que irse de vacaciones. Es hacer, por un tiempo, del lugar de vacaciones tu hogar, y disfrutar de todos sus rutinarios  encantos.

Mmmm. Ahhhh.

(Nada como dejarse mecer por este tema de George Gershwin, aportación de Manolo Benítez, quien me regaló hace ya 23 años el lugar y el placer del veraneo).

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