Avanzo por Las Canteras desde La Cícer y allá a lo lejos veo la línea divisoria imaginaria que separa los dos mundos de mi playa. Dudo por un momento entre cruzarla o no, y mientras en mi cabeza se empieza a formar la palabra «gente» ante la visión cada vez más nítida de otras cabezas y piraguas llenas de chalecos salvavidas de color naranja y sombrillas y grupos de chiquillos y madres y monitores de los chiquillos, mis pies deciden seguir avanzado, y cruzan el Misisipi (o sea, esa parte estrecha de la playa que a veces atravieso a costa de un resbalón) gracias a que la naturaleza ha decidido que ese tramo que empieza en el muro Marrero sea hoy —mañana quién sabe—transitable.
Y mientras dejo atrás el mundo tranquilo pero lleno de olas, sebas y piedras, me adentro en el ruido de agosto en Las Canteras, aunque con menos «gente» —por ahora— de la que me imaginaba, supongo que porque hay panza de burro y todavía son las once de la mañana.
Y mis pies se paran en el borde entre esos dos mundos: a un lado, el lugar donde vivo ahora, al otro, el lugar donde pasé interminables días de agosto.
Y me doy cuenta de que en la vida vamos transitando por mundos que de alguna manera nos definen, o que nos dejaron —para bien o para mal— una huella indeleble, pero en los que no es necesario quedarse para siempre. Yo soy de la Clínica de San José, del Torero, del Cristina, de La Puntilla, del Reina, de la playa Chica… Así decíamos para identificar el lugar donde instalábamos la toalla y todo lo demás. Yo era de la Clínica de San José, y a veces del Cristina, pero en ocasiones me asomaba de la mano de una amiga a esas rocas que alfombraban el mar y la arena —Los Lisos—, y todo me parecía nuevo, desde el paisaje humano hasta la forma en que el salitre se incrustaba en mi piel.
Y aunque mi playa es Las Canteras, mi playa fue Las Alcaravaneras, donde pasé mis primeros diez años de vida. Allí se me pegotearon mil veces los pies de piche; allí conocí (y ejecuté a base de experimentos, lo confieso) a cangrejos y estrellas de mar que me hicieron muy felices muchas tardes. Y soy de Ciudad Jardín, donde pasé otra buena parte de mi vida; y del Colegio Alemán, donde estudié; y de la Complutense, donde me formé como periodista… Y de Guanarteme, donde vivo hace casi veinte años…
Sí, es importante identificarse con los lugares, con los espacios, sentir que eres de algún sitio, que perteneces a algún lugar a donde siempre, aunque sea con la imaginación, puedes ir o volver. Pero me niego a ponerme una etiqueta, a tatuármelo en la piel. Prefiero ir y venir, probar, ampliar la paleta de colores interna y externa, dejarme sorprender e impregnar por los mundos ajenos para llegar, a veces, a hacerlos propios.
Hoy me bañé al lado de playa Chica; mañana no sé.
(Hoy Manolo me regala este tema de Facundo Cabral, que aquí canta con Alberto Cortez).
Mmmm. Ahhhh. Me siento en la terraza con los pies descalzos sobre la mesa. Allá a lo lejos, una vez más, el sol se pone. Hoy apenas se vislumbra una […]
Sigue leyendoMis dos mayores maestras, Graciela Andaluz y Graciela Figueroa, me formularon muchas veces esta pregunta cuando me ponía en modo «qué desgraciadita soy» y veían que no podía bajarme de […]
Sigue leyendoHace seis meses renuncié a mi interinidad y dejé de trabajar, después de casi 25 años, en el Hospital Universitario de Gran Canaria Dr. Negrín para dedicarme a mi proyecto […]
Sigue leyendo