Agosto/Dejarse caer

Agosto/Dejarse caer

¿Cuánto tiempo se puede estar en modo «ploff»? Tendré que preguntarle a la tortuga, que desde que se subió a los cojines no hace más que caérsele la baba. La miro y me digo: ay, qué rico. No hacer nada. Tumbarse a la bartola. Sentir cómo el cuerpo se va aflojando, se va dejando llevar por la fuerza de la gravedad… Y mientras ella, la tortuga, disfruta del placer de no hacer, yo disfruto del placer de escribir por escribir, a ver qué me sale.

Agosto es así.

Calor.

Dejarse caer.

Un suspiro.

Ploff.

Y la vida sigue allá afuera, un poco aplomada por este calor que por fin llegó llevándose el alisio (o el alisio se fue y llegó el calor, es que las neuronas no me dan para más), mientras aquí dentro estamos ella y yo atrapadas por el síndrome vacacional, que consiste en que, aunque no estés de vacaciones, parece que lo estás, y entonces puedes dejarte llevar por esa nada, que es el todo, que es el ahora, que es hacer sin hacer, que es que las cosas pasen sin que tengas que intervenir tanto en ellas, a ser posible nada, o solo un poco, lo justo para que el agua no se salga y el café no se derrame y las tostadas no se quemen y el arroz no se pase…

Que dice la tortuga que si me volví un poco loca escribiendo sobre nada, y yo le digo que sí, que estoy intentado escribir como si estuviera colocada en la misma posición que ella, sobre unos cojines mullidos que dan la sensación de que nada importa y todo es importante por el solo hecho de existir, sin más. A lo que la tortuga responde con un silencio que, ahora me doy cuenta, no es más que el sueñecito de media mañana, producto del calor plomizo (¿ya lo dije?) de este día agosto.

(Manolo Benítez pone esta pieza de Schumann y yo también me voy quedando dormidita…).

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