Día 89. Él me mira y yo le miro. ¿En qué fase estamos hoy? Ni sé, ando un poco desfasada, como el indicador del tiempo que le falta a la guagua para llegar cuando estás en la parada. Dos minutos, dice, que pueden ser eternos, que pueden llevarme a un estornudo sin fin si estoy en corriente o a asfixiarme si he decidido ponerme la mascarilla para no enredarme con el elástico y la nariz y las orejas y la barbilla cuando dentro de no se sabe cuánto tiempo se abra la puerta.
Este desfase entre lo que anuncia el panel y lo que ocurre en la realidad (ayer, dos minutos fueron diez) es lo que pasa ahora con todo esto nuevo que nos está pasando, que una cosa es lo que dice el papel y otra la que dicen los hechos. Y es que tratamos de aferrarnos a la normalidad de siempre, la que ya conocíamos, como tabla de salvación ante la incógnita que se avecina. Y como los números han bajado y en Canarias no fue para tanto, pues hacemos como que no pasa nada y donde dice metro y medio pongo medio, y donde dice distancia social digo viva lo social pero sin distancia, que ya estoy cansada de tanta tensión, me va a matar o a destrozar las manos y los nervios.
Para los más privilegiados, como yo, la diferencia entre el antes y el ahora es la mascarilla que no hay quien la soporte, el desapego obligatorio, los contactos furtivos, si los hay, y el desasosiego que lo impregna todo, un manto que, en vez de ofrecerte abrigo, actúa como el abrazo del oso que viene a ahogarte cuando menos te lo esperas. A ese abrazo traidor estamos todos bien atentos, con la parabólica enchufada la mayor parte del día, aunque actuemos con aparente normalidad (otra vez la palabrita), aunque tengamos el deseo de soltar el ancla y dejarnos llevar por la marea.
Problemas de ricos, dice mi pareja. Hay quienes no pueden permitirse ese lujo porque si la sueltan, aunque sea por un segundo, se hunden definitivamente. El desasosiego y la incertidumbre tienen infinitos grados, y esta pandemia no ha hecho más que agravar las otras pandemias que ya estaban bien asentadas, como el paro, la desigualdad, los abusos, la violencia, la pobreza, la intolerancia, la injusticia, el politequeo barato, el ombliguismo, el chanchulleo, la corrupción, la ceguera, el odio, el hambre, sí, el hambre.
Parece mentira que estemos en el siglo veintiuno y en el primer mundo y que hayamos pasado por uno de los momentos más delicados para la humanidad y, en vez de mejorarnos, hagamos honor al refrán que dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y andemos otra vez, como siempre, a la gresca. Otra vez la sinrazón para imponer razones e ideas, para preservar privilegios, cuando el virus que lo trastocó todo ha venido a decirnos que el único privilegio real, tangible, que tenemos es la vida. Hasta con eso, verlo para creerlo, se juega hoy en día.
(Dice Manolo Benítez que le coarto su libertad, su creatividad, que con este título no hay manera de poner otra canción que no sea esta).
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