Ruido

Ruido

Día 84. Me acabo de echar una parrafada con el loro de la calle de al lado. La primera después tres meses. Andaba él contento, parlanchín, diría que hasta dicharachero. Casi no hubo pausa en nuestro diálogo, solo lo imprescindible para coger aire. El encuentro, breve pero intenso, de esos que refuerzan los lazos de amistad, lo remató, cuando ya pensaba que habíamos dicho adiós, con unos silbidos nuevos. Vaya sorpresa. ¿Los estaría ensayando en el silencio del confinamiento?

Porque hasta hace nada el loro no daba réplica alguna, supongo que para no romper la magia de las horas mudas de la calle. Era una novedad, una experiencia inédita para nosotros y también para ellos, los animales, que de tan domesticados que están se acoplan sin decir ni mu a todos los vaivenes y caprichos a los que les sometemos. Ahora toca silencio, pues calladitos todos. Ahora toca ruido, pues a silbar se ha dicho.

Ruido, sí, eso es lo que parece que toca ahora. Hay tanto que esta tarde, mientras bebía agua en la cocina, por un momento algo, no sabía muy bien qué, me hizo ponerme en alerta. Miré al mi alrededor. Nada. Me alongé en busca de pistas en la calle. Nada. Sin comprender muy bien, vencida por el desconcierto, me senté en la banqueta y respiré hondo.

¡Ah, sí! Es el silencio.

Todavía no se han acabado las fases, todavía no hemos llegado a la vida que nos espera después de la desescalada y antes del fin de la pandemia, y ya me empiezo a olvidar lo que se siente cuando abres la ventana y no se escucha nada.

(Siempre vale la pena romper el silencio con la buena música que propone Manolo Benítez).

 
El vermut se está acabando
Sublimación
Molido o en grano