Día 68. Me pregunto si cuando todo esto acabe haré una reforma total de la habitación donde escribo. Si tendré que mover todo de sitio, pintar (eso seguro) o hacer un cambio radical para tener la certeza de que se acabó de verdad. Y también me pregunto si, por el contrario, no será mejor dejar todo así como está, para que la palabra escrita siga fluyendo como en los últimos sesenta y siete días hasta convertirse, cada vez, en un texto que tenga ganas de compartir.
Porque son los objetos de mi estudio, su disposición, su color, su olor, su mirada (¿o cómo lo veo yo a ellos?) los que hacen que no me levante y diga, ya está bien de tonterías.
Ellos me acompañan, me escuchan y si es necesario me hablan en su particular lenguaje o mi guiñan un ojo, como Milou, a mi derecha, que vela por que el texto tenga la dosis justa de ternura, como él, y las partituras a mi izquierda, que me recuerdan que no me olvide de la melodía, y el vaso de agua vacío que me invita a levantarme y coger resuello, y los folios revueltos y garabateados que ni yo misma entiendo, para esos momentos en los que necesito coger el boli porque la tinta rezuma a veces pensamientos que hilan mejor la historia que se me ocurrió durante el paseo en la playa, pero cuando me siento surge otra cosa, o me quedo en silencio, y entonces miro para los lápices de colores en su cubilete, que no sirven para escribir pero si no estuvieran ahí seguramente me olvidaría de los detalles, y el panamá de Manolo sobre el portátil viejo, que me devuelve de nuevo a los paseos.
Tendré que pintar, eso es seguro, y darle otra vuelta, creo, porque si no seguiré pensando, cuando ya nadie esté pensando en esto, que no puedo salir a la calle, así que mejor me pongo a escribir, mejor hago un cuento con alguna de esas obsesiones mías que, cuando las traspaso al papel, me ayudan a tomarme el pelo a mí misma y a poner blanco sobre negro palabras, aunque sean pocas, a lo que siento, y a compartirlas, y a reírme y también a abrazarme, aunque mira tú que suerte, en esta casa sí hay abrazos, incluso en este espacio sagrado en el que me siento cada día a exorcizar mis demonios y los demonios varios que se nos han colado en la vida y con los que tendremos que aprender a convivir hasta quién sabe cuándo.
Sí, le haré un cambio a este cuarto, cuando se pase el susto y hayamos recuperado completamente nuestra libertad.
Uf, qué bien suena eso último y qué lejos queda. Quizás lo haga antes. Una mudanza, una modificación, una metamorfosis, una pequeña variación a este espacio. Para poder abrir bien la ventana y que le dé el aire. Para que entre el sol, la brisa del mar, el verano. Para que se abran paso nuevas historias y, por qué no, los ruidos de la calle.
(Manolo Benítez pone la música para este tiempo de mudanzas).
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