Siempre nos quedará Manhattan

Siempre nos quedará Manhattan

Día 61. Después del incendio del pasado verano, la primera salida a nuestros paisajes queridos, justo los que más se vieron afectados por las llamas, tuvo algo de viaje sagrado. Íbamos en silencio, con el corazón entre sobrecogido por el negro que lo teñía todo y asombrado cuando descubría, a cada vuelta, lo generosa que puede ser la naturaleza, mucho más que nosotros los humanos. Entre tanta devastación lucían aquí y allá las hojas verdes como luz en medio de la oscuridad y la tristeza.

Ayer, de camino a Manhattan, perdón, de Teror, me acordé de este viaje exploratorio mientras recorríamos por primera vez la carretera “nueva”, la misma que hemos transitado en miles de ocasiones con sus curvas imposibles, las colas provocadas por el dominguero de turno que no se atreve a pisar al acelerador en una vía tan estrecha y el chófer de la guagua que se te echa encima porque se sabe cada bache de memoria y total, a él no hay quien le tosa.

Misma carretera, ahora más ancha. Sin apenas coches. Ni un ciclista. Nosotros, una vez más en silencio, que solo se rompió para constatar que con esta obra cada vez habrá más gente caminito de Teror, perdón, de Manhattan.

Ese lugar donde puedes tomarte una cerveza en una terraza mientras contemplas y comentas la riada de gente que va y viene. Igualito que en la ciudad de los rascacielos, aunque me pregunto cómo van a hacer ahora las autoridades para regular el trasiego. Ese lugar a donde peregrinar, como los que van al MoMA a contemplar un Warhol, para ver a la virgen, o en busca de un milagro o de consuelo, tan necesarios en estos tiempos. Donde degustar producto local, un bocadillo de chorizo, o tener una experiencia secreta, de esas que recomendarás a tu amigo más cercano, como hacer una compra donde Pepito Falcón.

Y para nuevas experiencias, nada como hacer uso del semáforo, toda una innovación de la urbe en los últimos años, y cruzar al Bulevar a por un paseo, cortito, no sea que de tanto caminar se nos desollen los pies.

Nada de eso pasó ayer, que la cosa no iba de turismo, sino de comprobar si la casita había sobrevivido con más o menos dignidad a estos dos meses de confinamiento mutuo. Ella y la única planta que la habita, guerrera solitaria en medio del silencio. Lucía un poco torcida, en busca de sol para alimentarse, porque agua, lo que dice agua… Menos mal que Manhattan, digo Teror, es tierra húmeda y para nuestra sorpresa, allí estaba, con una flor nueva. 

(Música para viajar y soñar, selección de Manolo Benítez).

 
La hora de los viejitos
En reposo
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