Día 59. Anoche me propuse pasar un día libre de coronavirus. ¿Qué es eso?, me preguntó mi compañero en esta aventura de la vida. Pues nada más y nada menos que no mencionarlo durante un día completo. ¿Hacer como si no estuviera? No, eso es una temeridad, y más si toca ir a comprar, como es el caso. Sería no hablar de él y sus circunstancias. Unas vacaciones.
Serían veinticuatro horas de abstinencia: de conversaciones durante el almuerzo sobre la cantidad de gente que se salta lo de los dos metros de distancia; de elucubraciones a media tarde sobre cuándo cogeremos el coche para dar una vuelta, de ensoñaciones antes de dormir sobre esa primera cena en un restaurante.
Incluiría no leer la prensa, de forma que no tendría datos para comentar en la tienda, ni detenerme en esos directos de la redes sociales que invitan cada dos por tres a conectar con el innombrable. Lo que me llevaría al ayuno total en materia de dispositivos móviles y ordenadores para evitar cualquier tentación de compartir un chascarrillo en un chat o de indignarme en el pijama party de esta noche con la última del impresentable de turno.
La cosa se pone complicada pero vamos a intentarlo, querido. Cuando salgas de trabajar no me preguntes si quiero algo de la farmacia, porque ya sabes la respuesta: mascarillas, hidroalcohol y guantes, unos básicos para salir a la calle. Y cuando llegues no podremos hacer el repaso de los comercios que aún están cerrados ni de los que hoy han abierto, porque la cosa siempre va a derivar en un reflexión descorazonadora que nos llevará una vez más al monotema del que estamos huyendo.
Si ponemos la tele, mejor solo pelis antiguas, de las que tenemos en DVD. Todas las demás opciones incluyen interminables cortes publicitarios que, de forma velada o directa, nos recuerdan una y otra vez el momento en el que estamos. Hasta los anuncios de la teletienda (sillones reclinables, máquinas de automasaje, anillos de diamantes para reina de la casa) hacen que la lengua, por muy amodorrada que esté la cabeza, vuelva al tema, como la mula al trigo. ¿Te has dado cuenta?
A ver qué más. Prohibidos los detalles del trabajo, todo un caldo de cultivo para una charla sin fin en la que él va a estar siempre presente. Y tampoco podremos hablar de la familia, ni de los amigos, ni hacer planes más allá del día, porque acabaríamos –como humanos que somos- dándole un huequito al susodicho.
Vamos, que en el día libre de coronavirus, o nos quedamos mudos o nos quedamos mudos. Y aún así, la mente seguiría de cháchara.
Para que no lo invada todo habrá que fijarse metas viables, un objetivo que podamos cumplir. Como ponerlo un rato en reposo, igual que el pan que hoy me traje de la tienda. Buscar un cierto equilibrio. Tenerlo presente lo justo y necesario para no hacer tonterías. Inventar, descubrir, entrenar maneras de encontrar un poco silencio en medio de este ruido inevitable.
(Música para reposar, una selección de Manolo Benítez).
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