Día 56
¡Adiós, adiós!
Ay, dios, ¿y quién era esa que me saludó? ¿O era un hombre? Y van dos que no reconozco. Seguro que habrá pensado que soy una antipática. O una despistada. O que me creo más que nadie. O que estoy un poco cegata y como no llevo las gafas puestas…
En realidad estamos a una distancia a la que veo perfectamente, pero la combinación gorro, gafas, pelo recogido, chaqueta cerrada, pañuelo al cuello y mascarilla produce una impresión óptica fatal para el reconocimiento facial. Si a esto añadimos los vientos alisios en modo ventoso, las olas en modo surfero y el ligero efecto Darth Vader al hablar con la boca y la nariz tapadas, entonces apaga y vámonos.
Y si encima estoy con la cabeza distraída, en este caso ensayando por lo bajini las canciones del coro mientras contemplo el paisaje mañanero, lo más probable es que pase lo que pasó: saludo amable con inclinación de cabeza, gesto con la mano y grito de alegría (todo a una) para que me oigas bien, para que sepas que estoy tan contenta de verte, mientras la cabeza comienza a rastrear en la agenda de amistades, conocidos y demás familia.
En realidad esta escena la he vivido muchas veces en la era de antes del coronavirus, por mis problemas de vista y porque siempre ando distraída o abstraída. Pero me ocurre sobre todo cuando me cruzo con algún compañero de trabajo fuera del contexto habitual y sin su uniforme habitual. Todos los elementos que me faltan (la bata, el fonendo, el pijama en sus múltiples combinaciones y colores) y todos los nuevos (maquillaje, tacones, el pelo suelto, casco de moto, chaqueta de cuero, corbata) me confunden, como ahora la mascarilla.
Esos sí que son encuentros en la tercera fase: primero se me pone cara de susto, como si de golpe hubiera aterrizado en un planeta que no es el mío y me acabara de encontrar con ET; solo dura un microsegundo, el suficiente para recomponerme y, si se da el caso, sostener una animada charla a la vez que desentraño el enigma en el semblante, en el lenguaje, en los gestos, algo que me dé una pista, por favor. ¿Cómo es que sabe tanto de mí?, ¿seremos del mismo planeta? Hasta que por algún detalle (lo que hablamos ayer en un pasillo) o la evidencia (chacha, ¿no sabes quién soy?) se me enciende la bombilla.
O no se me enciende, como hoy, y sigo mi camino con el misterio en la cabeza.
(Manolo Benítez pone la banda sonora para los nuevos encuentros).
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