Día 48. Dice mi marío que a él no le valen las medias tintas: o se mete a monje trapense o se echa a la calle hasta que reviente. Que esto de la libertad a sorbos no está hecha para él, porque cada vez que pone un pie fuera le dan ganas de no volver. Menos mal que tengo la certeza de que no es que haya dejado de adorarme o que esté hasta la coronilla de verme la cara en todas sus modalidades; no, su anhelo de calle viene de fábrica, y le pasa como con la Nocilla: una vez abierta, se la quiere comer de una sentada.
De momento, el bote del dulce pecado sigue intacto, en el mismo lugar donde lo depositó el día en el que declaró que había llegado la fin del mundo y teníamos que pertrecharnos de todo lo importante. Y de momento también, aún no se ha fugado a deshoras. Aunque tengo que confesar que a veces, cuando se hace el silencio en la casa, voy en su busca para comprobar que sigue aquí, con la hoja de servicios intacta.
Yo le digo y le repito –y me lo digo en voz baja- que eso a mí no me pasa, que lo mismo disfruto de las salidas cortas o largas que de estar aquí tranquilita. Que pasar todo el día fuera me agota y que me encanta estar bajo mi manta llena de jirones. Algo que era una verdad completa hasta ayer, día tan señalado en la conquista de nuestra libertad, o más bien hasta la noche del viernes, cuando empecé a vislumbrar el escenario inmediato y una inquietud nueva, aunque en realidad aplazada, me enseñó la patita. ¿Y ahora qué?
Ni idea. Hay demasiadas preguntas en el aire y casi ninguna certeza. Lo más cierto son los horarios de las salidas y las instrucciones pertinentes en cada caso.
Supongo que por eso, porque no me queda otra que rendirme, adaptarme y disfrutar de lo que sí hay, me quedé profundamente dormida esta mañana después del paseo playero. Supongo que por eso llevo todo el día sumida en un sopor que me impedía juntar vocales y consonantes. Supongo que por eso he tenido que pedirle a mi marío que me busque una melodía que avive la inspiración. Y supongo que, inspirada en su elección, acabo de hacer mi primer pedido de mascarillas para echarme, en cuanto nos dejen, a la calle.
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