Día 47. A las 06.45 sonó una musiquita inesperada, a una hora también inesperada, porque, después de mucho pensarlo y repensarlo, para este fin de semana habíamos fijado la levantada para las 07.00. Miré a mi alrededor, confundida, no sabía si era la melodía de un sueño alcanzado al fin después de una noche en duermevela o que mi marío había decidido festejar la novedad con una serenata.
No, era el despertador. Quince minutos antes de la hora señalada. Manta sobre la cabeza.
Así arrancó el primer día de libertad semivigilada. Con una sobrexitación general -mezclada con el aturdimiento que dan las vueltas sin fin en el cama- más propia del final de una noche de Reyes que de un sábado de mayo. Claro que hoy no es un día cualquiera. Al menos esa fue la sensación con la que me acosté, un poquito más temprano para madrugar: ¿me traerán la Nancy blanca o la negra? ¿Será por fin este el año de la bicicleta? Creo que me dejé algo atrás, ¿estaré a tiempo de rescribir la carta? Esas eran mis inquietudes de niña y las de adulta, confieso, no difieren tanto.
Con el edredón casi sobre los ojos, comencé a fantasear con el primer paseo: ahí estamos, él y yo, nuestros piececillos sobre la arena mojada, el sol abriéndose paso y nosotros, en tierno abrazo, contemplamos en silencio el paisaje de postal, ¡ay!, suspiros… Efectos secundarios del vino con el que celebramos el inminente cambio de estado. Vuelvo a cerrar los ojos y me entretengo con el sonido del batir de las olas en la orilla, veo la playa desierta; que buena idea tuvimos, solo a algún listo como nosotros se le ha ocurrido levantarse tan temprano…
A las seis de la mañana había dado tantas vueltas que ya tenía completo el cupo de actividad deportiva que las autoridades varias han previsto para el día de hoy. Con el cuerpo molido y la capacidad de imaginar agotada supongo que caí, por fin, entregada al colchón, al cansancio y a la incertidumbre.
Y como en un día de Reyes que se precie, hubo de todo: algo de nervios, bastantes expectativas cumplidas (el aire libre, el agua fresquita en los noños, la vista sobre el horizonte, el rumor del mar, el paseo compartido) y algunas fantasías que, como cuando no me trajeron el Nenuco, se vieron truncadas por la realidad.
No problem, concluí, mientras me quitaba la arena de los pies en precario equilibrio por aquello de no tocar nada. Para la próxima, fui anotando mentalmente, les pido una piragua, y un boogi, y una tabla de surf, y un bañador enterizo, y unas gafas, y un tubo, y un traje de neopreno, y unas aletas…
(Hoy Manolo Benítez nos pone una banda sonora propia de un día de baño de mar y cerveza).
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