Día 43. Desinquieta amanecí. Con dolores viejos que hoy volvieron de visita –la rodilla izquierda, la mano derecha- y mucho ruido en la cabeza: preguntas que están ahí, en la casilla de salida, y que durante semanas he acallado con más o menos fortuna a base de paciencia y humor. Al fin y al cabo son interrogantes que, cuando lo que nos estamos jugando son cuestiones básicas y hay tantas personas viviendo situaciones difíciles, tienen un valor relativo.
Sin embargo, esta mañana, ante el inminente anuncio de desescalada, empezaron a manifestarse sin control, hartas ellas también del confinamiento. ¿A qué hora me voy a levantar el sábado para poder disfrutar a gusto del primer día de libertad vigilada? Si salgo con mi marío, ¿tendremos que guardar la famosa distancia social o se da por hecho que todos lo virus habidos y por haber han saltado ya del uno a la otra y de la otra al uno? ¿Será mejor salir cuando esté anocheciendo o esa es la hora de la gente que va a correr?
¿Tendré que ponerme una mascarilla para ir a comprar una lata de anchoas? ¿Y guantes, si cojo la guagua cuando vuelva a trabajar? ¿Me compro el modelo que me recomendó una amiga o pregunto otra vez en la farmacia? ¿Cómo tengo que hacer cuando me encuentre en carne y hueso con alguien querido? ¿Podremos tener contacto carnal o solo besos al aire?
Ya lo dije, asuntos banales comparados con la batallas que se están librando y que quedan por librar. Pero que al cabo de seis semanas, y sobre todo ante la “nueva normalidad” anunciada, necesitan una respuesta. Porque son precisamente esos gestos cotidianos, muchas veces automáticos, los que estamos reinventando, y yo al menos voy necesitando con urgencia, además de un diccionario de nuevas expresiones en tiempos de coronavirus, un manual de instrucciones para salir a la calle.
También -esta mañana lo vi claro- voy a necesitar un plan de desescalada personal, un proceso de adaptación gradual adecuado a mis necesidades. Me imaginé ese primer paseo, en la avenida de Las Canteras, y apareció ante mí atestada y ruidosa, todo lo contrario de lo que me pide el cuerpo. No me siento preparada para pasar del 1 al 100 así, sin anestesia.
Mi estrategia será más sencilla que la que nos han contado esta tarde, con todas las fases que precise. Eso sí, tendrá en cuenta, para que este tiempo extraño no caiga en saco roto, todas las pequeñas y valiosas conquistas personales alcanzadas. Mis pies, por ejemplo, no sé cómo van a responder después de tantas semanas de andar descalza. Con lo que les costó lograr la libertad.
(Manolo Benítez, en la selección musical).
Día 42. Por unos minutos pensé que todo había sido un mal sueño -espeso, interminable- del que por fin había despertado. Un efecto secundario de algún medicamento o exceso tal […]
Sigue leyendoDía 41. Ni al cine ni a la playa. Hoy tenemos sesión continua, en vivo y en directo, de niños, padres y juguetes en modo desconfinado, un paseíllo que no […]
Sigue leyendoDía 40. Hasta mi ventana llega la brisa marina y el murmullo cada vez más perceptible de la calle. Empiezo a echar de menos el silencio de la Semana Santa, […]
Sigue leyendo