Día 41. Ni al cine ni a la playa. Hoy tenemos sesión continua, en vivo y en directo, de niños, padres y juguetes en modo desconfinado, un paseíllo que no cesa, todos con un mismo destino: la avenida de Las Canteras.
Por la derecha se acerca una moto naranja, con su piloto vacilante y una madre que dirige las operaciones, no vaya a ser que el chiquillo se descalabre por la falta de entrenamiento. Más allá, otro aspirante a conductor, esta vez de un carricoche que mamá porta hasta la pista de despegue.
A esa misma esquina llega una mujer en traje de verano: primero se para, luego empieza a mover los brazos y finalmente emite un “ven” que resuena sin respuesta en la calle ahora silencio. Se agacha, vuelve a mover los brazos, repite el pedido y, finalmente aparece entre brincos y alaridos una enanilla que, emocionada por la carrera, se encamina directa al asfalto. La fuga queda en un amago y las dos siguen su camino, más allá de donde alcanza mi vista.
Bicis, patines, coches de carreras. Hoy es el día de sacar a la calle, por fin, todo lo que ha vivido apretado. Familias en todas sus modalidades, con guantes o mascarilla, a pelo o con perro. Hay de todo en la viña del señor.
De momento, me quedo con la escena de una mamá con dos niñas que empujaban cada una un carrito, con su bebé dentro, supongo. Todas con gesto serio, como si supieran de la trascendencia de este momento y quisieran hacer partícipe de él a sus pequeñas, con las que seguro que habrán mantenido interminables conversaciones. “Niñas, nos vamos a la calle”, habrá anunciado la madre a sus hijas. “Te voy a poner esta mantita para que no te dé frío”, le habrá dicho una de ellas a su muñeca, a lo que la hermana habrá replicado, “la mía también va, que le tiene que dar el sol. Lo dijeron en la tele”.
Como una gran familia cruzaban, a eso de las doce, la calle, mirando a un lado y al otro, hasta llegar al adoquinado que anuncia el inicio del camino a la libertad con condiciones que hoy estrenaban. Había tanta ceremonia, tanta armonía, que me dieron ganas de ir detrás de ellas, de proclamarme tercera hija. Pensé llevar la carrucha de latón, una Harley en miniatura que mi sobrino se dejó en casa, un trompo, la pelota de baloncesto, qué se yo, cualquier cosa. Hasta un rosario que alguien me trajo de Roma si es necesario para apuntarme al paseo.
¿Quieres ir a misa?, me preguntarían las madres grandes y pequeñas, asombradas. No, gracias. Les acompaño, si me aceptan, para rememorar el sabor de la infancia.
(Música para otro domingo de confinamiento seleccionada por Manolo Benítez).
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