Últimamente me ha dado por mirar al cielo y sonreír. No sé si es un efecto secundario del exceso de arroz en la dieta o del uso prolongado de la mascarilla; o es por la llegada del otoño, o por la certeza de que no hay nada cierto, solo la belleza del azul de las mañanas y el naranja de las tardes; o es que ya está puesto el árbol de Navidad en La Arenas; o es que bebo más vino tinto de la cuenta y me tengo que pasar a la ginebra; o que me siento pequeñita ante esa inmensidad, y grande también porque tengo más canas y más arrugas y más batallitas que contar y más pastillas que habitan en el poyo de la cocina para no olvidarme de que me las tengo que tomar para cuidar este cuerpito mío y seguir disfrutando de la vida y sus incertidumbres.
Últimamente me ha dado por escuchar música y mirar al cielo. Como si en él fuera a encontrar las respuestas a las preguntas que ya no me hago; como si con solo ese gesto pudiera viajar más allá de esta isla, de la Tierra, del espacio, hasta encontrarme con todo lo que me evoca la melodía que me acompaña; como si de pronto la vida se parara y solo estoy yo, los árboles que se ven al otro lado de la ventana, el mar, ese azul inmenso y el aleatorio del Spotify, que cada tanto me regala un tema viejo o nuevo que me toca y me envuelve y me lleva en una nube hasta no sé dónde, y tampoco me importa, y me devuelve a mi ventanal más entera, más fresca, como si me hubiera dado un baño de mar sin levantarme de la silla.
Últimamente, mientras miro al cielo y sonrío y escucho música, me ha dado por pensar que todo está bien. Quién lo diría si lee las noticias y se deja llevar por los titulares del día: «Hambre, frío y muerte en la frontera entre Bielorrusia y Polonia», «Los agentes inmobiliarios, a la caza de pisos baratos para los inversores»; si hace un recuento de las últimas pateras y sus correspondientes migrantes, hacinados ahora en barracones convertidos en limbo hasta que las autoridades decreten cualquier cosa; si observa el gráfico de la ola que ya está aquí de este virus que no cesa, las mascarillas tiradas por el suelo como si fueran colillas, a dos personas discutir por la dichosa vacuna; si pega la oreja en la puerta de la enésima casa donde se cuece la violencia, si escucha de primera mano el drama de quienes se quedaron sin nada por el volcán de La Palma. Si tiene en cuenta, en fin, todos los dramas grandes y pequeños de esta vida que nadie nos dijo que fuera fácil, pero que a veces se torna más difícil de la cuenta.
Sin embargo, para mí, últimamente, y que sirva de precedente, todo está bien, incluso hasta lo que no lo está. Que no quiere decir que me parezca bien, sino que me lo tomo de otra manera (¡ya era hora!) . Será por eso que esta mañana me levanté cantando Over the rainbow y me puse, sin querer, y mira qué fashion me quedó, un calcetín de cada color.
(Musiquita llena de color, cortesía de Manolo Benítez).
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