Cada vez que se acaba un concierto de La música te acompaña —una iniciativa del Festival Bach de Canarias, que tengo el privilegio de coordinar, para acompañar a través de la música a personas en situación de vulnerabilidad— tengo la misma sensación que experimento después de un buen baño en la playa de Las Canteras: el cuerpo lo siento más liviano; los ojos, más abiertos; la sonrisa, más ancha. Como si se hubiera encendido una luz. Y un leve cosquilleo me recuerda que estoy viva, que estoy completa, que tengo razones para levantarme cada mañana, que todo lo que me sucedió y lo que aprendí —lo bueno, lo no tanto y lo peor— lo puedo usar no solo a mi favor, sino a favor de los otros.
En la vida puede ocurrirte, como me pasó a mí, que vas haciendo, haciendo, haciendo, haciendo, corriendo, brincando, te caes, te levantas, vuelves a hacer y a correr y aprendes y creces mucho, aunque ni siquiera te has dado cuenta del todo de cuánto porque sigues en esa carrera hacia no se sabe muy bien qué, corre que te corre, con pequeñas paradas para coger aire, y puede que en algún momento no sea suficiente, así que tienes muchas posibilidades de caer otra vez y tardar un tiempo más largo en levantarte, que no significa que no te pongas en pie, sino que todo ese bagaje, esa experiencia se queda en el limbo, ese mismo en el que puedes quedarte a vivir un rato si el golpe fue muy fuerte o te encuentras con el muro de la intolerancia y del abuso del poder.
Un limbo del que se sale, sí, lo atestiguo. Y cuando empiezas a sacar la cabecita, puedes elegir entre subirte de nuevo a la autopista, probar una vez más a competir en el ring, o proseguir tu viaje por una carretera secundaria, un sendero aparentemente menos vistoso, un poco apartado de los brillos y el bullicio, en el que quizás hay menos público, menos aplausos, menos palmaditas en la espalda, menos triunfos de esos que nos han dicho que debemos experimentar para ser personas; pero donde alumbra una luz diferente, con más verdad, con más momentos de soledad y de silencio, y donde tienes la posibilidad de encontrarte, porque tú misma lo haces, con más personas que te miran directamente a los ojos y que te aprecian en lo que vales, que no es todo eso que sabes hacer, que también, sino la manera en que estás en el mundo, en acción o en silencio, con tus luces y con tus sombras.
Y así, como quien no quiere la cosa, sin que te hayas dado mucha cuenta de que por fin doblaste del todo la esquina, un día cualquiera en un momento cualquiera te sientes como cuando sales del mar y te secas el pelo en la orilla; y eso te va ocurriendo cada vez más y en las situaciones y en los lugares más insospechados, incluso cuando te mueres de calor en una tórrida tarde de junio, incluso cuando te pelas de frío en una húmeda mañana de Teror.
(Para Adriana, con agradecimiento, a la que me encontré en la autopista y con la que hoy sigo transitando otros caminos. Este tema tan hermoso lo eligió, como siempre, Manolo Benítez).
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