Día 12.
11 son los días que llevo en casa. Distancia máxima recorrida: la que me separa del centro de salud.
40 son los pasos que llevan de mi portal al contenedor del cristal. Ayer, por fin, los conté cuando salí a la calle con el arsenal de botellas, dispuesta a despejar el rincón de la cocina y, más que nada, a dejarme arrullar por un rayo de sol. Los 40 de vuelta los desandé a cámara lenta y cuando llegué a la puerta, di tres pasos más para cerciorarme de que el mar sigue ahí. Cinco segundos de visión luminosa y vuelta a la casa.
12 son los escritos de cuarentena que han salido, como por encanto, de mi cabecita.
25 son los años que lleva “nuestro” ficus en el patio de mi amiga Conchi, inasequible al desaliento. Llegó a su casa cuando finalizó mi aventura chicharrera y ahí sigue, a veces esplendoroso y otras, como en estos días en los que se recupera de la última calima, un poco más escuálido. Aunque mira qué envidia, esta mañana recibió la visita de un pajarito.
Dice mi amiga que más que por sus dotes de jardinera, la longevidad del ficus se debe a su resistencia. Una palabra que en los últimos 14 días, en forma de himno, resuena puntual en cada esquina. Una palabra que sabe a guerra, a combate, a lucha.
Una palabra que hoy necesito hermanar con lo que creo que hace Conchi con nuestro ficus, el cuidado amoroso: ese que ella le brinda cada día a esa herencia que le dejé; ese que nos debemos brindar a nosotros mismos y a nuestro entorno, como si con ello regáramos los lazos que nos unen a todos como habitantes de este planeta.
Resistiré, sí, y me quedaré en casita al cuidado amoroso de mí misma y de los míos: dos semanas más y lo que haga falta.
(Con amor, a mi amiga Conchi. La música, también con amor, la pone Manolo Benítez).
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