Fiesta interior

Fiesta interior

¡Mira, por ahí vienen tres romanos! Con sus sandalias y sus túnicas… sí, un poquito raras, rosa, verde, amarilla, buff, pero romanos al fin y al cabo. ¡Eh, aquí, aquí estoy! ¿No me ven? ¡Miren para arriba, soy yo, la de la mascarilla!

Ahhh, vienen otros, qué emoción. Estos van de guiris de toda la vida. Muy bien trabajado el disfraz, sí señor: el maquillaje, perfecto, parecen gambas a la plancha; las chanclas birquenstoc o como se llamen, con sus calcetines blancos, las bermudas, la blusa de palmeras como las que venden en la tiendas del sur. Y ahora se sientan en la terraza y piden, a ver, que con esto que me han encasquetado en la cara no oigo nada… una sangrila y una paela. Lo han clavao.

Qué envidia. Todo ese genterío disfrutando del carnaval y a mí me tienen aquí confinada porque, dicen, estamos en nivel 3 y el riesgo de que ponga una aleta en la calle y el personal se desmadre es grande, así que mejor te quedas aquí quietita, sin hacer mucho ruido, ¿eh? Eso me dijeron, me pusieron el bozal para que no me eche a cantar ni a bailar, que parece ser que tampoco se puede, y me pidieron encarecidamente que guardara mis ganas de fiesta para tiempos mejores. ¿Y eso cuándo va a ser?, pregunté.

Silencio administrativo. Que no silencio del otro, porque desde que se apiadaron de mí y me cedieron este rinconcito en la ventana, no he parado de escuchar risas y fiestas. Míralos, todos con la cara embozada. Azul, blanca, verde, el pato Donald, la bandera de España… Está claro que me tienen engañada.

Aunque visto desde aquí, todo es muy raro, como los romanos. Al menos este año la gente ha hecho lo que se hacía de toda la vida antes de que fuéramos abducidos por la oficialidad y la televisión, que es disfrazarse con lo que tienes en el armario: unas playeras y un chándal, o sea, que van todos de deportistas. Y la máscara, claro, que es más o menos lo mismo que la sábana de toda la vida, pero un poco más cara.

Por ahí vienen unos vestidos de policía local, un clásico. ¡Deténgame, agente, póngame las esposas! Más allá, un señor que debe ir de secreta, porque, después de guiñarme el ojo un par de veces, no ha parado de amenazar a cuatro muchachos vestidos de breiquindance que llevan la mascarilla como si fuera un zarcillo; el hombre dice que así no puede ser, que como no se la coloquen ya en su sitio va a llamar a esos dos que viene acercándose, los del disfraz reglamentario, para que los lleven presos. ¿Te imaginas? Eso sí que es una performance, como dirían ahora.

Qué fiesta, chiquillo. Solo faltan las plañideras. Hoy toca ir de entierro, hoy toca rezar por mi alma. Pero no veo a nadie de negro. ¿Será por lo de la pandemia, será que ya hemos llorado bastante? Pues tienen razón, no echen más lágrimas de la cuenta. No hace falta que me despidan, yo ya me hago una idea.

(A falta de baile, Manolo Benítez pone un poco de música).

Página en blanco (algunas ideas para emborronarla)
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