Día 10. Cuando estudiaba en Madrid me encantaba sentarme en un banco de la Gran Vía a ver gente pasar. Ahora que mi madre ya sabe que pisé poco la facultad (pero saqué la carrera en cuatro años y con buenas notas), lo puedo contar abiertamente. Me paraba en Callao, o en el cruce con San Bernardo, o allá donde encontrara un hueco, asombrada por el variado muestrario de personas que caminaban deprisa, como si les fuera la vida en ello, por aquella pasarela permanente. Salvando las distancias, algo así como la calle Triana, o el paseo de Las Canteras, pero como mucho más glamur.
Mi perrita Susi debió heredar algo de esta costumbre mía porque en sus años mozos se pasaba la vida asomada a la ventana viendo perros pasar. No sé qué criterios de selección tenía, lo cierto es que a unos les ladraba y de otros pasaba olímpicamente. ¿El olor? ¿El pelaje? ¿Los andares? ¿Quizás el humano o humana que tiraba de la correa?
Ahora yo, cual Susi, estoy asomada a la ventana de la cocina, por aquello de sentir el sol (que por cierto, hoy se resiste a salir) y de cerciorarme de que, más allá de las conexiones virtuales, la tierra sigue dando vueltas.
Por ahí viene el señor del pelo cano y puro en la mano, transmutado –el puro- en bolsas de la compra. Todos los días, desde que vivo en esta casa, me lo encuentro en algún momento, calle arriba o calle abajo, con cara de: qué rico poder disfrutar de este placer prohibido. Hoy, sin embargo, tiene los mismos andares que la mayor parte los transeúntes, entre gozosos y temerosos.
Después, silencio. Es un decir, allá a lo lejos siguen las obras de los nuevos edificios que acabarán de destrozar el barrio. No hay cuarentena, de momento, para el sector de las construcción.
Otro momento de vacío al que siguen dos camionetas (de reparto, supongo) y una moto.
Procuro no mirar mucho enfrente, no sea que me invada la culpa, ahora que me he convertido, circunstancialmente, en directora de hogar (si quieren ampliar el concepto, pregúntenle a mi marío). Ahí está mi vecina, limpia que limpia, mientras yo, a lo James Stewart, me dedico a escudriñar el mundo desde mi ventana. Trabajo de campo, señora, me gustaría decirle, o, por prescripción facultativa. Creo que mejor me abstengo, todavía hay mucha cuarentena por delante.
Ah, mira, por ahí viene uno de los míos con la basura. Estará pensando, como yo, que podrían haber puesto los contenedores un poquito más lejos. ¿Habrá contado ya los pasos que hay de distancia? Yo estoy a punto de hacerlo. Por ejercitar la mente, no más.
Diez segundos de silencio con lavadora (la mía) de fondo.
Por fin, ahí viene uno. Patas largas, pelo marrón cortito. Va tres metros por delante de su paseador. Este, Susi, no sé si me gustó.
Mira, mira, se acerca otro, pequeñito, blanquito, mansito. Con este sí que podemos hacer una fiesta. ¡Guau!
(Dedicado a Ana y a sus cuatro perritos. que se acompañan en esta cuarentena. Pinchadiscos: Manolo Benítez).
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