Magia potagia

Magia potagia

Hasta ahora no me había dado cuenta de la cantidad de rutinas, ceremonias y manías que tengo para trabajar frente al ordenador. Que si me sirvo un vaso de agua y lo pongo a mi izquierda, que si tengo que leer antes toda la prensa, que si la leo en un orden determinado, que si me abrigo bien para no pasar frío, que si me coloco el pelo detrás de la oreja, que si dejo un kleenex a mano por si acaso. ¿Me estaré volviendo mayor y maniática? ¿Qué será de mí cuando me convierta en una venerable anciana llena de tics y me ponga a escribir mis memorias, también repletas de ideas repetitivas que ya no interesan a nadie? ¿O por ese entonces ya no me quedarán neuronas, ideas o desvaríos que compartir?

A lo mejor, cuando llegue ese momento la tecnología habrá evolucionado tanto que nada más pensar en la posibilidad de plantarme frente al ordenador —o lo que quiera que sea que vaya a estar en boga— , alguna máquina infernal procederá a disponerlo todo a mi gusto. Como la rumba y sus primas hermanas, que parece ser que memorizan hasta el último rincón de tu casa para dejarla limpia y reluciente mientras andas trabajando —yo todavía no he salido del modo básico de darle al botón y que se busque la vida—, el aparato en cuestión encontrará mis gafas (dos) y las irá intercambiando según mi necesidad, servirá el vaso de agua (con gas), lo acomodará en su lugar (a la izquierda), pondrá un pañuelo de papel a su lado (sin sustancias químicas, por favor), prenderá las luces (un bombillo potente, me lo dijo la oculista), encenderá el ordenador (o similar), abrirá el procesador de textos para cuando lleguen las musas (¡vaya antigualla!) y yo solo tendré que leer de forma distraída la prensa (¿quedará algún periódico vivo para entonces?) hasta que llegue el momento de desgranar en mi cerebro el artículo del día, que aparecerá inmediatamente, sin erratas ni nada, con su foto y su vídeo musical (en el que Manolo Benítez habrá estado también pensado) y su todo en el blog (que digo yo que eso de contar historias nunca pasará de moda).

¿Se imaginan?

Yo me lo puedo imaginar perfectamente, sobre todo después de que mi ordenador, un mac que ya tiene sus años pero que para algunas cosas parece muy avanzado, haya empezado a hacerlo. Es tan tan listo que adivina mis deseos hasta cuando no lo tengo delante. Qué cosas, me probé unas playeras en una tienda de Mesa y López, unas por las que jamás me había interesado, lo juro, en mis visitas a la página web de mi marca favorita, y resulta que nada más llegar a casa me las encuentro, ¡tachán!, relucientes en la pantalla, listas para ser compradas y disfrutadas, desembolso de una bonita cantidad de dinero mediante.

(Por ahora, a Manolo no le queda otra que leer a la manera tradicional para elegir un bonito tema musical).

Una inglesa soñadora
Desde el cielo de los perros
El ruido que se cuela hasta en nuestros sueños