La alemana que hay en mí se asomó a la ventana, comprobó que el día continuaba soleado y decidió cumplir con su propósito de la semana: darse un paseo y un chapuzón en la playa. La otra que también en mí, y que no sé muy bien de donde es, echó un último vistazo al sillón de la siesta y decidió, por esta vez, hacerle caso.
Nada más poner un pie en la arena, la alemana que hay en mí comenzó a hacer recuento de paseantes sin mascarilla a la orilla de la marea, a observar el perfil del infractor, a murmurar alguna que otra palabra malsonante. Relájate, susurró la otra que hay en mí, y no te olvides de que en realidad lo que tienes es envida, qué más quisieras tú que quitártela y disfrutar del sol invernal en la cara.
La alemana que hay en mí detectó a una pareja de presuntos runners disfrazados de paseantes con muchas prisas. Luego, a una segunda y más adelante, a una tercera. A la cuarta, la otra que hay en mí le recordó las sesiones de natación sincronizada durante la desescalada. ¿No te acuerdas? Siempre con una buen argumento en la punta de la lengua por si el señor policía bajaba a la arena para reclamar el carné de deportista.
La alemana esbozó media sonrisa al evocar esos baños fuera de la ley mientras seguía reafirmándose en su convicción de que los que más se saltan a la torera la lista de restricciones de cada día no son precisamente los jóvenes, sino hombres y mujeres talluditos, muchos de ellos con la misma cara de alemana y con sus correspondientes genes, que no es mi caso. La otra, cada vez más harta, empezó a pergeñar un golpe de estado, con retirada de mascarilla como primera y más importante medida.
La alemana y la otra, esas dos que habitan en mí, continuaron con su habitual diálgo de «a ver quién da más»: Yo dije que seguiría las normas y así lo voy a hacer, aunque no pase ni un alma por aquí. Pues tú sabrás, con lo rica que está la tarde, mira, mira, estamos haciendo el tonto. Calla, no me lo digas más, me la dejo puesta y punto, que si me la quito voy a estar todo el tiempo en tensión por si nos pillan o nos miran mal. Como lo veas, pero deja de criticar al personal. Sí, sí, ya me callo, es que no entiendo nada, ¿para qué hacen las leyes?, ¿y la policía dónde está?
Así, hasta el final de Playa Chica, donde, seducidas por la placidez del agua y la belleza del cielo, quedaron mudas. Por fin, dijo la inglesa soñadora que también hay en mí, a la que todo esto le importa un pimiento. Y correteó feliz, y sin mascarilla, hasta zamubullirse en el mar.
(La música y el título son cosa de Manolo Benítez).
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