Hace unos pocos días murió Jade, la perrita de mi amiga Isabel. Compañera inseparable, confidente, escuchante fiel, el más cálido abrazo para los días de invierno y de verano. Como mi Susi, que justamente se fue en un enero como este, hace dos años, al cielo de los perros.
Aún hoy me la imagino acechándome desde allá arriba para reclamarme, con una de esas miradas con las que desactivaba todos los argumentos posibles, el trocito de queso que acaba de caer al suelo, suyo por derecho. Igual que durante un tiempo largo solo pude borrar la última imagen tangible de mi padre, conectado a mil aparatos en el hospital, con una que asomaba allá en lo alto, una que solo podía ver yo cuando, sin que los demás apreciaran el gesto gracias a mis gafas y mi estrabismo, hacía un requiebro con los ojos para cerciorarme de que seguía en el cielo.
Como Jade y Susi, que seguro que andan cerquita, sin mezclarse mucho, eh, contemplando a sus respectivas familias humanas, esas que les dieron cobijo cuando fueron abandonadas, amor, conversación a raudales y a veces hasta jamón serrano del bueno.
Desde el cielo de los perros, Susi se abalanza sobre mí cuando abro la puerta de la casa a la vuelta del trabajo o de comprar el pan; da un brinco inmenso cuando suena el telefonillo, como si ella pudiera contestar; se asoma a la ventana para ver perros pasar; le ladra a la comida mientras va desplazando el plato y desperdigando las bolitas de pienso por el pasillo de la casa, una de esas extrañas manías que cogió después de vieja y que nos hizo pensarnos seriamente la posibilidad de apuntarla a Got Talent.
Desde el cielo de los perros, Susi me sigue haciendo compañía en los días tristes, de desconsuelo. Entonces me abrigo con mi mantita raída, la que ella creía suya, y puedo sentir, aunque hayan pasado ya dos años, su calor perruno sobre mi regazo, paciente, sabio, capaz de sostener el dolor y el llanto. También en los días alegres me acompaña: su energía para subirse al sillón hasta que fue bastante viejita, su vigor juvenil cuando tiraba de la correa y me llevaba a pasear, el ya legendario robo de un plato de salmón que se comió íntegro y sin dejar huella, ese estallido en el corazón cuando asomaba su hocico por la puerta.
Si pudiera hablar con ella, igual que hice tantas veces, le diría que aquí en la Tierra la cosa se ha puesto muy fea, que el mundo se ha vuelto más loco aún de lo que estaba. Pregúntale a Jade, le diría, que te cuente las últimas andanzas de los humanos, dispuestos nuevamente a despedazarse y sacar tajada antes que a buscar maneras de salir juntos de este trance. Le diría que hace falta mucho amor, mucha presencia, mucha alegría, como la que ella tenía y nos regaló a manos llenas. Y que la echo en falta, claro, aunque cada día un poco menos. Y que fue tanto lo que me dio, lo que nos dio a la familia humano-perruna que formamos durante 18 años, que solo con evocar su mirada, allá lejos, aquí cerca, se me enciende el alma.
(A Isabel). (La música la pone el que le daba el jamón, Manolo Benítez).
https://youtu.be/jvXywhJpOKs
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