Día 7. Guardo celosamente la basura en una esquina de la cocina hasta que llegue el glorioso momento de salir a tirarla. Hoy toca el plástico. Dentro de dos días, el papel. La orgánica ya es otro cantar, todo dependerá del nivel de olores que destile, según el menú de los últimos días.
Si no fuera por el “cúmulo de vetos y prohibiciones” (mi madre dixit), cualquiera pensaría que en esta casa somos unos guarros o que asoman los primeros síntomas de un síndrome de Diógenes. No es el caso, aunque tampoco es que yo sea la reina del orden y la limpieza. La cuestión es acumular suficiente material como para que sea razonable salir a tirarlo y, además, deshacerme de él por partes, para que me sepa más el minuto que voy a pasar en la calle. Aquí mismito, debajo de mi casa. Apenas diez metros.
El sábado, la vida y el mentado cúmulo de vetos y prohibiciones (no más de tres personas en la tienda de comestibles) me regalaron cinco minutos al sol. Me debatía entre darles prisa a las que, regocijadas por el momento tienda, no paraban de alegar –eso sí , con sus correspondientes guantes y el metro y medio de distancia de rigor- o pedirles que se demoraran para disfrutar un minuto más de este inusual placer.
¿A qué me supo? Diría que a gloria agridulce. Gloria: sentir sobre mi cara el calorcillo del sol de la mañana, ese que parece susurrarme al oído que todo esta bien. Agridulce: no poder evitar pensar en cómo iba a ser la operación compra –era mi primera vez en la era de la cuarentena- con toda la parafernalia de guantes, tocar solo el producto que me vaya a llevar, no tocarme la cara, pago con la tarjeta que me acabo de bajar en el móvil, lavado de manos y ¿objetos? cuando llegue a casa y demás pensamientos que arruinan la mejor de las fiestas.
Con todo, el saldo fue positivo. Han pasado dos días y todavía puedo evocar la sensación del sol de primavera sobre mi piel, los minutos con los ojos entrecerrados mientras aguardaba a pie de calle mi turno.
La calle.
La calle, vista desde la ventana, sabe a fruta prohibida. Pero en estos tiempos es mejor seguir añorándola que envenenarse, o que envenenar a otros por un placer efímero del que podemos disfrutar en casita –para eso nos hemos inventado mil y una maneras en la última semana-, o que podemos añadir a la lista de los deseos.
Por cierto, la comida, hecha en el calor del hogar -ese en el que debemos estar ahora todos- estaba rica, rica.
(Selección musical de Manolo Benítez. En la imagen, «aguaranja» -término inventado con mi sobrino Juan- sobre cerámica obra de Radha Andaluz, http://radhandaluz.es/radha-andaluz/).
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