Qué tapadita está

Qué tapadita está

Y cuánto guarda detrás de esa máscara que por momentos parece un emblema, una reivindicación, un grito, o todo lo contrario: que si unos bigotes de felino, unas hojas otoñales, una banderita patria en la esquina, el escudo del club o el logotipo de la empresa, a juego con los calcetines, negra si es de noche, blanca si es de día, verde quirófano para que pase por “homologada”, estampada en los días grises, con un bordado de la virgen que no pudimos sacar en procesión, con pico, sin pico, con pala, sin pala.  

Y cuánto calla.

Los besos, que se agolpan en los labios. La sonrisa, que solo a veces se escapa por los ojos. Los enredos y desenredos de la lengua. Las palabras, que se quedan en el umbral de la tela porque no es el momento. El dolor por la pérdida. Hasta el silencio. Todas las secreciones propias del otoño y de un cuerpo que necesita drenar por algún lado el cansancio, el hastío, la incertidumbre.

También la alegría está atrapada en esa jaula, la carcajada, la luz del semblante, las ansias de vivir, el bostezo, los suspiros, los rezos, el canturreo. Como las palabrotas, que se acumulan en la garganta con las dudas, las certidumbres, el desaliento, el aliento y otra vez las palabras. 

Amortiguadas, enrejadas. A la espera, como los besos, de permiso, de mejores tiempos, para salir a borbotones, para expandirse a lo ancho y a lo largo, por todas partes, como los abrazos, que aunque no tienen una armadura física, también andan en arresto domiciliario, también se debaten entre la prudencia y el deseo, entre el impulso y la orden que les da la cabeza, porque no es el momento, para que se mantengan en la retaguardia; también ellos guardan entre los huesos, los músculos, la piel, y además sin un amarrijo físico que les recuerde que no son libres, el anhelo del contacto.

Lo que nadie puede, al menos de momento, es amarrarnos el deseo, ni amarrar la imaginación, ni amarrar la belleza, ni amarrar la nostalgia, y mucho menos las ganas. 

(Ni los sueños, ni la música… Qué suerte. Esta la propone Manolo Benítez).

El aire en la cara
Cara con mascarilla: sobran las palabras
Son aquellas pequeñas cosas