Incertidumbre, miedo, desconcierto, China, allá lejos. Distancia social, etiqueta respiratoria, ¡qué expresiones tan raras! Ni se te ocurra dar besos y abrazos. ¿Mascarilla? Calles vacías, silencio, ruido en la cabeza, alarma. Todos frente a la tele. Paren las máquinas. Cuarentena, confinamiento, teletrabajo, casa.
Supermercado, casa, contenedor de vidrio, casa, contenedor de basura, casa, tiendita de comestibles, casa, contenedor de plástico, casa, contenedor de cartón, casa. Echo de menos a mi perrita Susi. Voy todo el día descalza.
Aplausos, ventanas, guantes, ¿mascarillas?, vecinos, canciones, yoga, teletrabajo, otro poco más de incertidumbre, más alarma, ¿hay que echar lejía?, calles desiertas, todo el mundo para adentro, patrullas, helicópteros, perros cansados, canas, barras improvisadas, aceitunas, Beethoven, casa.
Un silencio atronador más allá de mi ventana. La comunicación digital, como los muertos, se dispara. ¿Están bien? ¿Qué tal una quedada? ¿Y si tengo el bicho y no me he dado cuenta? Reír por no llorar o reír por reír no más. Bailar, cantar, leer, dormir a deshoras, llorar, anhelar, soñar, fantasear, inventar, hablar hasta con la Rumba, escribir, aperitivo, estirar. Abrazar, besar, los que tenemos la suerte y permiso de las autoridad. Otro domingo sin ir a misa, ni al campo ni a la playa. Cambio de hora, cambio de estación. Más vino y cerveza, que la cosa se alarga.
Hay palabras que se dicen bajito: miedo, pérdida, esperanza.
El baile de los guantes y las mascarillas. Las colas allá abajo.
Un domingo, los primeros pasos de los niños en la calle. Ganas de tener ocho años para ponerme los patines.
Llegó la hora. ¿A qué sabrá la calle después de tantos días sin apenas pisarla? Los nervios de noche de Reyes, primer paseo en libertad semivigilada. Los pies sobre la arena. Natación sincronizada, agente, le juro que estoy federada. Me duelen todos los huesos, vuelta a la casa, a seguir soñando con las fases, a ver al viejito del puro pasear aquí sentada. Uno, dos, tres, ¿qué se puede hacer, por dónde vamos? Más decretos, instrucciones, manual de uso para salir a la calle. Lávese las manos, póngase la mascarilla, pruebe a ir en la guagua.
Y el aperitivo en la terraza se demora, que la vida se ha vuelto una cola, aunque la mía, la que me llegaba a media espalda, se la doné al peluquero, junto con lo que pude de la cabeza, que no confía del todo, que no entiende, que no para.
Chof, chof, chof, ahhh: primer baño autorizado en la playa.
Madrugones para disfrutar del aire libre. Lo mismo pensaron todos los demás que han tomado la arena, la avenida, las calles, las plazas como si no hubiera mañana. Paseo más allá de mi portada. Familia, amigos, trabajo, todo de puntillas, a dos metros, metro y medio, vuelve a lavarte las manos, hasta aquí llegamos, o no, a mis brazos, con mascarilla y de lado.
Hace ya tiempo que se acabaron los aplausos.
¿Y ahora qué? Volver, a una normalidad extraña de la que todo el mundo habla, se inventaron un montón de palabros. La desescalada. Me quedo otro ratito en mi sillón, que aún no me acabé el libro, hace mucho calor y gente en la calle. La misma que añoré, hoy se me hace demasiado si tengo que caminar en zigzag o embozarme otra vez o buscar nuevas formas, a ver qué dice la megafonía, camine por la derecha, pues está bueno el invento.
Esperamos, un día más, que nos digan bien alto que no descuidemos nuestras cosas, pero el mensaje no llega, para eso no hay instrucciones, no dicen nada. Lo dice mi pareja, Manolo Benítez, mi compañero de viaje, el que pone música a mis palabras.
La última: gracias.
(Hoy, doble ración).
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